La literatura argentina es
muy solemne, se toma muy en serio; le falta épica y sentido del humor, solía
decir Osvaldo Soriano. Escritor, periodista, centrodelantero en su juventud, le
interesaba lo popular. Renegaba del mundillo intelectual argentino que cada
tanto lo maltrataba. Todavía hoy tiene sus detractores y defensores,
radicalizados.
Nació en Mar del Plata en
1943. Como su padre era inspector de
Obras Sanitaras, los Soriano deambularon por varias ciudades, como Cipolletti y
Tandil. Cuando tenía 26 años le ofreció a la prestigiosa revista Primera Plana
una crónica sobre la Semana Santa tandilense. Escribió un artículo polémico,
cuestionando el negocio de los curas, armó la valija y se fue a pedir trabajo a
la revista. En Buenos Aires pasó por varias redacciones míticas (Panorama, La
Opinión) y conoció el Gasómetro de San Lorenzo de Almagro. Lo apodaban el
Gordo.
En el ‘73 publicó su
primera novela: Triste, solitario y final, un homenaje a Stan Laurel y Oliver
Hardy y a uno de sus escritores preferidos: Raymond Chandler. Se exilió en
Europa, donde escribió dos libros: No habrá más penas ni olvido (1978) y
Cuarteles de invierno (1980). Volvió con la democracia. La publicación de A sus
plantas rendido un león (1986) y Una sombra ya pronto serás (1990) lo
convirtieron en best seller y en el escritor argentino mejor pago.
Soriano vivía de noche.
Arrancaba después del mediodía, a la hora de la siesta, y se dormía al
amanecer. Desde fines de los ’80 publicaba en Página/12 y medios de todo el
mundo. Hay tres libros, ahora cuatro, que recopilan sus mejores textos
aparecidos en diarios y revistas: Artistas, locos y criminales (1984),
Rebeldes, soñadores y fugitivos (1988) y Piratas, fantasmas y dinosaurios
(1996).
Además de los gatos, el
cine y el fútbol, se había enamorado de las computadoras e internet, cuando
conectarse era lento y complicado.
Murió a los 54 años. Su
hijo Manuel, que vive en Europa, también es hincha de San Lorenzo.
"Lo
vi en el ataúd, con esa cara plácida y jodona, y pensé: Es un chiste. No hay
duda. El Gordo se está haciendo el muerto para hacer sufrir a los amigos. Nos
está tomando el pelo, pensé. Pero Manuel Soriano, el hijo del Gordo, que es
idéntico al Gordo aunque mucho más chiquito y que andaba por ahí con su
camiseta de San Lorenzo, nos dio la justa. El le había dado una carta al padre,
para que se la entregara a Filipi. Filipi, gran amigo de Manuel, había muerto
también, un poco antes, y él lo había enterrado, con cruz y todo, en un pocito
del fondo de su casa. Filipi tenía forma de lagartija y costumbres de camaleón,
porque cambiaba de color cuando quería. En la carta, Manuel le decía que lo extrañaba
mucho y le enseñaba un jueguito, para que Filipi pudiera entretenerse en la
muerte, que es muy aburrida. En el jueguito había que escribir las letras que
faltaban: "Usá las uñas, Filipi", le decía Manuel. Entonces lo vi
claro. El Gordo se nos fue por un ratito nomás. Está trabajando de cartero de
su hijo. Ahora nomás vuelve. A mí ya me parecía, porque es evidentísimo que
este mundo no puede ser tan espantosamente triste, solitario y final; y un tipo
tan buenazo como el Gordo no podía hacernos la cochinada de dejarnos sin él.
"
"El Cartero",
palabras de despedida de Eduardo Galeano por el fallecimiento de su amigo
Osvaldo Soriano.
Fuentes:
Web de Anfibia
Textos y pretextos
No hay comentarios:
Publicar un comentario