sábado, 23 de febrero de 2013

23 de febrero de 1946: El libro azul y blanco de Perón


Ya que es imposible escribirlo mejor, prefiero copiar lo que otros ya escribieron e ilustrarlo...

Extraído de, y con el debido agradecimiento a: http://www.ruinasdigitales.com/

Poco antes de las elecciones del 24 de febrero de 1946 tuvo circulación el llamado libro “Azul”, un libelo pergeñado por Spruille Braden con la complicidad del Partido Comunista local para dar “viento” a la Unión Democrática. Fue publicado por la Secretaría de Estado yanqui en la que, luego de sus correrías por la Argentina, Braden se desempeñaba como ayudante. Su cargo inmediato anterior había sido el de embajador de los Estados Unidos en nuestro país, algo que, precisamente, las implicaba y de un modo por demás notorio: la aventura había consistido en anudar los intereses de la oligarquía vernácula con los de la superestructura política liberal y el P.C. de don Victorio Codovilla, contra los de la clase trabajadora, cuyo candidato natural era Perón.


Los dardos tenían por centro, sustancialmente, a este último, al que se caracterizaba como “nazi”, “fascista”, “totalitario”, etc. La maniobra consistía en escindir a la clase media de la clase obrera contraponiéndola a ésta, con los conocidos slogans de “democracia” y “libertad”; de este modo la oligarquía dominante buscaba instrumentar el “colchón” de los sectores medios para neutralizar el empuje revolucionario del peronismo naciente. La patraña “democrática” no dejó de causar impacto en esas capas tradícionalmente confundidas, asimiladas al proyecto colonial, en momentos en que, por lo demás, el esquema aliadófilo funcionaba como fuerte señuelo diversionista.
Lo que se jugaba realmente era —como si ahora saltáramos de pronto al 11 de marzo de 1973 y su ballotage del 15 de abril último— la continuidad en la dependencia o el intento siempre latente de la liberación nacional. En ese entonces la antinomia Dependencia o Liberación tuvo esta otra expresión: Braden o Perón, pero quería decir exactamente lo mismo. Contra la confabulación olígárquica-imperialísta las urnas, finalmente, dieron el triunfo al peronismo, que obtuvo 1.527.231 votos contra 1.207.155 de la Unión Democrática; la diferencia fue de 320.076 sufragios, lo que representaba un 11 por ciento de los votos.




El Libro “Azul” de Braden y del P.C. codovillista fue, con todo, una pieza maestra a los fines de la oligarquía nativa y el imperialismo yanqui, unidos en un mismo propósito de perpetuar el statu quo colonial. La presencia del P.C. local confería el necesario tinte “progresista” y, asimismo, ratificaba la alianza entre las dos super-potencias imperiales durante la guerra. La Unión Soviética y Estados Unidos se disponían a repartirse el mundo, tal como en seguida lo hicieron: un connubio perfecto, que tenía su réplica argentina en la alianza P.C. codovillísta-Braden.



La escasa diferencia de votos lograda por el peronismo el 24 de febrero de 1946 debe evaluarse en este contexto donde la clase media virtualmente en masa siguió los sones de flautistas como Braden, Tamborini, Santamarina y Codovilla que la conducían a su propio precipicio. Del otro lado estuvieron los obreros, los peones de campo —esos lumpen, esos descamisados según los llamaban los esclarecidos dirigentes del P.C.— que se habían pronunciado por la Patria y por su Líder. Una vez más la “alpargata” era dueña de la razón histórica frente a los letrados; una vez más la “Civilización” podía usarse como sinónimo de cipayísmo, en tanto la “Barbarie” se erigía como bastión de la resistencia frente a la descarada intervención imperialista.

La publicación del Libro “Azul” provocó la del Libro “Azul y Blanco”, eficaz refutación donde se ponía al desnudo, precisamente, dicha intervención. Desde el lado de la Revolución del 4 de junio de 1943 y lo actuado hasta ese momento, apuntaba a dejar probada de modo irrefutable la descarada intromisión yanqui y la traición de los sectores “nativos” que estuvieron a su servicio. Nuevamente se había tratado de falsificar la realidad con “mentiras a designio” tal como lo quería el gorila Sarmiento, pero sin haber contado con la lucidez y madurez de una clase trabajadora para la que había llegado su hora y que tenía plena conciencia de ello.




En el Libro “Azul y Blanco” se arrancaba la careta a la mascarada “democrática” a través de la simple enumeración de sus dirigentes más conspicuos miembros del “Círculo Braden”: como en una pantalla aparecen retratadas nítidamente en esas páginas las vinculaciones oligárquico-imperialistas de cada uno de estos personajes, pelucones de la era del fraude todos ellos.

Como es sabido, detrás de la Unión Democrática estaba el grupo monopólico de los Bemberg. En la página 33, se detallan pormenores que hacían a la amistad de este último con los Bemberg, sancionados —casualmente— durante el gobierno de la Revolución del 43, por defraudación de impuestos. Respecto de los dos candidatos de la U.D. Tamborini y Mosca —integrantes del elenco—, sus respectivos “curriculum” muestran que el primero de ellos había sido uno de los inspiradores del movimiento anti-yrígoyenista y era socio del Jockey Club, reducto de la más rancia oligarquía (donde se había consagrado como campeón de “rummy” en 1945); en cuanto al segundo, sus antecedentes “democráticos” lo señalaban derogando la Constitución provincial de Santa Fe en 1921; otra gema: diploma rechazado por el Senado de la Nación “por sus orígenes fraudulentos”. Esta era la pareja presidencial de los paladines de la democracia y la libertad que se rasgaban las vestiduras a cada rato en los altares de la U.D.

Pero ni Braden, ni los Bemberg, ni todos los representantes “nativos” de la antipatria pudieron contra la clase trabajadora argentina.
En la ya citada página 33 se dice textualmente: “Debemos comprender que la presencia del pueblo argentino en las calles de Buenos Aires ha sido una de las más graves sorpresas que conmovieron al espíritu del señor Braden. En efecto, el señor Braden, encerrado en el círculo de sus numerosos amigos vinculados con los negocios de nuestro país, no intuyó jamás tras de ellos la existencia de una masa cuyas necesidades más primordiales iban siendo resueltas por el Gobierno de la Revolución. Sólo supo de los hombres de gobierno a través de ese círculo de resentídos que se amparaban en la embajada norteamericana solicitando su apoyo, casi caritativamente, para salvar las migajas que los decretos revolucionarios restaban a sus inmensas fortunas.


Para que el lector tenga una idea de quiénes frecuentaban al señor Braden, tendríamos que reproducir ‘in extenso’ la guía de sociedades anónimas que funcionan en el país y agregar a ella lo más conspicuo de nuestra oligarquía terrateniente y sus elencos políticos. Por nuestra parte, transcribiremos al azar algunos nombres y títulos para que no se nos juzgue malidicentes, recomendando al lector que repare que tales títulos nada tienen que ver, ni tienen relación alguna, con esos problemas de cultura en nombre de la cual los aludidos y el señor Braden se permiten menospreciar al pueblo trabajador, atribuyéndole ceguera de juicio y miseria espiritual.” Y a continuación se daban los nombres de algunos de esos caballeros, nómina en la que figuraban —además de los ya nombrados— Joaquín S. de Anchorena, Justíniano Allende Posse, Pablo Calatayud, Luis Colombo, Félix Alzaga Unzué, Octavio Amadeo, Julio A. Noble, Mariano Castex, Alejandro Ceballos.

Y bien, desde entonces, bastante agua ha corrido bajo los puentes. Y sangre también. Esto no hay que olvidarlo; no por revanchismo sino, estrictamente, por un deber que impone la justicia liberadora. El Libro “Azul y Blanco”, en ese sentido, patentiza reveladoramente la situación de un país colonial llegado al límite en que se juega su sumisión total o la tentativa renovada de liberarse de sus cadenas. Como puede verse, una encrucijada recurrente a lo largo de nuestra historia pero cuyas variantes, en cada estadio, señalan un avance cada vez más significativo hacia el logro del objetivo de la liberación nacional.

Para no remitirnos sino al elemento sintomático que proporciona el llamado “veredicto de las urnas”, tenemos que si el 24 de febrero de 1946 el pueblo trabajador ganó por un 11 por ciento, entre el 11 de marzo y el 15 de abril de 1973 se computa —para no tomar más que las cifras oficiales— una ventaja promedio del 55 por ciento entre las dos vueltas.

Al margen de esto, el Libro “Azul y Blanco” ofrece la posibilidad de trazar ciertas comparaciones, cotejamientos. Si para aquellos días se produjo la intervención desembozada de los Estados Unidos a través de su embajador “increíble”, en el presente no hubo necesidad de ello: la penetración imperialista actuando desde el mismo corazón del gobierno “natíve” ha buscado torcer la voluntad popular para salvaguardar, al mismo tiempo, sus intereses de casta y de clase ligados a los intereses de la metrópoli. La antinomia del 11 de marzo y del 15 de abril admitió también esta formulación: Lanusse o Perón, igual a Braden o Perón, igual a Dependencia o Liberación.

En el Libro “Azul y Blanco” se hace por demás evidente el papel que el peronismo y Perón reservan al pueblo en su conjunto y a la clase obrera en particular, erigiéndolos en los verdaderos protagonistas del proceso, en tanto el clan Braden y su Unión Democrática —como queda consignado— no contaban con esa irrupción. Por eso la sorpresa de Mr. Braden, tal como se la alude en la ya citada Introducción. Pero para Perón y el peronismo el pueblo, la clase obrera siempre contó en primer término, y la sorpresa en 1973 fue esta vez de Lanusse, quien creyó que el Gran Acuerdo Nacional podía hacerse en una especie de pulseada entre él y Perón, al margen del pueblo trabajador. Pero eso era apostar al absurdo y Lanusse perdió la apuesta, como un Braden cualquiera. No vio o no quiso ver, más bien, que para Perón se trataba de jugar en el tapete de la historia y con el pueblo interviniendo en la partida, y no en la mesa de los fulleros, con las cartas marcadas y el pueblo como invitado de piedra.

Sobre el papel del P.C. “argentino” como eje de la contrarrevolución, aliado al demoliberalismo vernáculo, su deterioro entre 1946 y 1973 se hace también patente. El P.C. del finado don Victorio Codovilla y del todavía no finado don Rodolfo Ghioldí (esto en el sentido meramente físico, por supuesto) aparecía en 1946 como la verdadera “estrella” de la entente manejada por el señor Braden. En 1973, el P.C. apenas cumple un rol de partenaire venido a menos en las filas de la alianza encabezada por los oportunistas, disfrazados de revolucionarios, Alende y Sueldo. Surge también una constante: el P.C. “native”, con uno y otro pretexto, se ubica eternamente en la vereda de enfrente de la clase trabajadora argentina, en tanto saluda alborozado procesos similares en oíros países de Iberoamérica, los cuales admiten como antecedente la experiencia del peronismo en el Poder. Y esto otro: en tanto los P.C. de esos países velan ya en 1946 la lucha antiimperialista que libraba el pueblo argentino desde el peronismo (P.C. brasileño de Prestes, P.C. venezolano de Juan Bautista Fuenmayor, P.C. chileno), el P.C. local se aliaba, precisamente, con el agente imperialista. Y esto ha vuelto a repetirse, porque los que el 11 de marzo de 1973 dividieron el campo político desoyendo el llamado de Perón a la unidad de las fuerzas de la civilidad, le hicieron el juego a Lanusse, es decir a la Dependencia. Después, y es el caso del P.C, no valen los remilgos acomodaticios de las segundas vueltas. El caso es que “de salida” estuvieron otra vez con el enemigo.

El Libro “Azul” de Braden y sus aliados locales —aunque con resultado distinto— tuvo su equivalente en 1973: fueron las solicitadas aparecidas profusamente en diarios y revistas, bajo los rótulos de “Nadie hizo más que Perón” y “Perón te ama” (o algo por el estilo). A la luz de los cómputos de marzo y abril, muchos pensaron que esas ridículas diatribas no hicieron otra cosa que aportar votos al triunfo popular en las urnas. Y no se equivocaron. Tanto, que don Leónidas Barletta exponía días después en “Propósitos” la teoría de que esas solicitadas eran la prueba más irrefutables del “contubernio” Lanusse-Perón. Pero, grotescos aparte, hay otra explicación que, acaso, resulta más aceptable: por una parte, debe considerarse que la reacción, por su misma naturaleza específica, tiende siempre a repetir los mismos gestos, las mismas actitudes, ajena al marco histórico vigente; por la otra, la situación de la clase media con respecto a 1973 es ahora distinta y distinta también —en términos globales— su posición frente al peronismo. Si bien puede apreciarse que en algún caso hubo polarización con signo gorila, el test eleccionario reciente reveía que las distancias se han acortado.

De todas maneras la clase trabajadora, la juventud, afirman su dinámica como una respuesta que hacen rotundamente suya y que va más allá del “veredicto de las urnas” —sin dejar de tenerlo en cuenta— hacia la conquista del Poder total.

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