Autor:
Gabriel Oscar Turone
Mural de la Estación Urquiza de la Línea "E", andén sur |
El 3 de febrero de 1852 supuestamente
se derrotaba al “tirano” Juan Manuel de Rosas, y se aclamaba a los cuatro
vientos el triunfo de la “civilización”, pero la realidad de los
acontecimientos desencadenados más tarde, por las calles y lugares públicos de la
ciudad portuaria y alrededores, distaron mucho de tal predicamento.
Federales asesinados y cadáveres colgados
Claudio M. Cuenca |
Justo José de Urquiza, proclamado por
el triunfo de las armas brasileñas, alemanas, uruguayas y “federales” como
nueva autoridad suprema de la Confederación Argentina, renovaría en Caseros la
misma práctica del degüello demostrada en viejos y olvidados triunfos federales
como los de Pago Largo, India Muerta o la batalla de Vences. Una orden suya fue
suficiente para que asesinaran a Claudio Mamerto Cuenca, el médico que atendía
en Santos Lugares a los soldados rosistas heridos en el campo de batalla. Allí, en su lugar de trabajo, fue muerto por
las hordas urquicistas.
Más adelante, y
también por una orden personal de Urquiza, el coronel Martiniano Chilavert fue
asesinado salvajemente de un certero sablazo en la cabeza, “como a un traidor”
según le proferían sus verdugos mientras Chilavert los contrariaba con
furia.
Martiniano Chilavert y Martín de Santa Coloma |
Otro caído en desgracia resultó
ser el coronel Martín de Santa Coloma.
Su muerte fue a lanzazos limpios y ocurrió afuera de la capilla de
Santos Lugares. Le sujetaron los
cabellos y, enseguida nomás, lo lancearon sin mediar palabras. El “civilizado” Domingo Faustino Sarmiento,
años más tarde, declarará haber sentido “placer” al contemplar este último
asesinato.
César Díaz |
El general uruguayo César Díaz, que había
luchado a favor de Urquiza en Caseros, dejó impresionantes muestras de aquella
barbarie que sus ojos contemplaban. Dice
así en un párrafo:
“...Un bando del general en jefe [Urquiza] había condenado a
muerte al regimiento del coronel Aquino, y todos los individuos de ese cuerpo
que cayeron prisioneros fueron pasados por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a
veinte y más hombres juntos… Los cuerpos de las víctimas quedaban insepultos,
cuando no eran colgados de algunos de los árboles de la alameda que conducía a
Palermo”. Y en otro párrafo, sostenía
que “las gentes del pueblo que venían al cuartel general se veían obligadas a
cada paso a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres
desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la
impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo
trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las armas aliadas
hacía nacer”. Sugiere el general Díaz
que, entre los que pendían de los árboles adyacentes al usurpado Palacio de San
Benito de Palermo, se encontraban también los dos hermanos oficiales que
comandaban la división Galán, “cuyos cadáveres vi yo mismo...”
La gente no podía creer las horrendas
escenas que observaba, donde las descargas de los pelotones de fusilamiento
tronaban a cada instante. César Díaz nos dice:
“Hablaba una
mañana con una persona que había venido de la ciudad a visitarme, cuando empezaron a sentirse muchas descargas
sucesivas. La persona que me hablaba,
sospechando la verdad del caso, me preguntó: -¿Qué fuego es ése? –Debe ser
ejercicio- respondí yo sencillamente, que tal me había parecido; pero otra
persona, que sobrevino en ese instante y que oyó mis últimas palabras: -¡Qué
ejercicio ni qué broma –dijo-; si es que están fusilando gente!”.
600 fusilados en el acto
Buenos Aires en 1852 |
En sus famosas "Memorias Curiosas", Juan Manuel Beruti no suenta que como la situación pareció írsele de las manos, el gobierno urquicista:
“...mandó a los ciudadanos que armados en partidas de diez o más hombres, salieran a contener los ladrones, y a los que agarrasen robando, en el acto los fusilaran, como lo efectuaron habiendo muerto a más de seiscientos ladrones..”
Esta auténtica carnicería, fue llevada a cabo por numerosos ciudadanos y por tropas de línea de infantería y de caballería, las cuales “rondaban de día y de noche la ciudad, incluso los extranjeros, quienes también se unieron con nuestras patrullas”, afirma Beruti.
Lucio Norberto Mansilla |
Sobre la cobarde actitud de Lucio N.
Mansilla en aquellos sangrientos días posteriores a la batalla de Caseros,
relata Beruti lo que sigue:
“...El pícaro de Lucio Mansilla, fue tan bajo e
indecente, que el día 4 proclamó públicamente en la plaza Mayor; viva el
general don Justo Urquiza, y muera don Juan Manuel de Rosas, ¡mire qué cuñado y
beneficiado! y después mandó su soldadesca saquear y robar las casas de la
ciudad...”.
El día 5 de febrero depusieron a quien
había sido el jefe de policía del régimen depuesto, don Juan Moreno, y en su
reemplazo se ubicó al coronel Blas Pico.
Dos días más tarde, el 7 del mismo mes, fueron suprimidos los moños
punzó que llevaban las mujeres en sus cabezas como prenda de vestir. Es decir, se intentó suprimir todo vestigio
del federalismo argentino.
El "Civilizador" Urquiza |
“...Urquiza, el nuevo dictador por la espada, había proclamado perdón y
olvido, ni vencedores ni vencidos; pero cruelmente negaba con los hechos el
significado de tan bellas palabras.
Comenzó torpemente en Buenos Aires.
No se hizo simpático. Su vida
toda de aventuras y de luchas, hasta llegar a las puertas de Buenos Aires, no
había sido más que una carnicería; y, su parte, la del león...”.
Una versión sueca de los desmanes
Puerto de Buenos Aires |
Sugiere el teniente Adlersparre, que el
Consulado de Suecia también brindó refugio a los ciudadanos suecos que vivían
en Buenos Aires. “...Entre los que se
refugiaron en el Consulado sueco había 3 suecos –dice el militar-, además de
algunos nativos, de los cuales uno representaba al Gobierno Nacional...”. Agrega Adlersparre que de todas las fuerzas
desplegadas por Juan Manuel de Rosas en la lucha, la artillería fue el arma más
fiel que tuvo, seguido de la caballería, y habla de la dudosa actitud que tuvo
en las acciones el general Ángel Pacheco, a la sazón, general en jefe del ejército
rosista.
Respecto a la lúgubre cacería que hubo
la noche del 4 de febrero de 1852, en la que fueron masacrados 600 individuos
por las calles de Buenos Aires, el teniente Axel Adlersparre difiere en algunos
pormenores de la versión dada por Beruti:
“…
A la mañana siguiente grupos de soldados que con pocas excepciones eran
restos de las fuerzas armadas de Rosas, empezaron a robar en las mejores
tiendas, principalmente en las joyerías.
Para engañar a los habitantes de la ciudad estos malhechores se habían
puesto un pedacito de tela blanca a manera de coraza, que era el símbolo de las
fuerzas de Urquiza, mientras que las tropas de Rosas utilizaban un pedacito de
tela roja que de una manera rara había sido puesta alrededor del abdomen”. Luego de haber sido anoticiado por los
saqueos, el general Urquiza mandó
colocar ordenanzas en las calles, a quienes les dio como única orden “tirar
contra los que trataban de robar...”.
Dentro de esas medidas sanguinolentas,
Urquiza dictó una proclama “por la que durante ocho días todos los que habían
sido encontrados robando o fueran encontrados robando, serían fusilados a los
15 minutos en el mismo lugar donde habían robado”, expresa el oficial de
Suecia. Además, asegura que hubo al
menos 6 marinos norteamericanos que colaboraron en la persecución de los
saqueadores, y que el cónsul de Estados Unidos, al ver que unas 16 o 18
personas, con lanzas en mano, intentaban derribar la puerta de una tienda, les
sugirió que se retiren, “pero en lugar de irse dispararon un tiro contra él,
que no le alcanzó, y entonces el Cónsul ordenó a los marineros que
tiraran. Dos hombres y sus caballos
cayeron y los demás huyeron”, añade el teniente Adlersparre.
Miembros del brazo armado de la
Sociedad Popular Restauradora, esto es, la Mazorca, eran buscados en sus casas
para ser arrastrados fuera de ellas.
Después, casi en el acto, eran degollados o fusilados. Axel Adlersparre dirá que:
“...muchas escenas
salvajes he visto, pero nunca vi hombres sacrificados con tanta ligereza y tan
sin piedad, como en esos días...”.
Las
mujeres porteñas tampoco se salvaron, pues eran pasadas por las armas si las
tropas entrerrianas les encontraban en sus hogares joyas robadas de las
tiendas. Aquello era dantesco.
Entrada de Urquiza y "su" ejército a Buenos Aires |
En esos días, Urquiza reconocerá su
infame traición al usurpar el gobierno que dirigía honorablemente Juan Manuel
de Rosas. En carta al ministro inglés
Robert Gore, expresará lo que sigue:
“...Tentado estoy de llamar a Rosas, pues
sólo él es capaz de gobernar aquí… Decían que era detestable la tiranía, pero
ahora resulta insoportable la demagogia… Toda la vida me atormentará
constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar, en el
modo en que lo hice, a la caída del general Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara, y
muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos
errores he colocado en el poder...”.
Grabado sobre la muerte de Urquiza |
Los desórdenes continuaron, los muertos
se apilaban en las calles, y Urquiza, horrorizado por sentirse constructor de
tamaña realidad, empezaba a desconfiar de los salvajes unitarios que, tarde o
temprano, lo sacarían del poder hasta confinarlo en su Palacio de San José, en
Entre Ríos. En ese mismo sitio hallará
la muerte, una tarde de abril de 1870.
Fuentes:
Ezcurra Medrano, Alberto. “Las Otras
Tablas de Sangre”, Editorial Haz, Septiembre de 1952.
Honorable Senado de la Nación.
Biblioteca Mayo, Tomo IV, Parte 2°, Imprenta del Congreso de la Nación, Buenos
Aires, 12 de abril 1960.
Revista de la Academia Nacional de la
Historia. “La caída de Rosas. Versión de dos cronistas suecos”, Buenos Aires.
Röttjer, Aníbal Atilio. “Rosas. Prócer
Argentino”, Ediciones Theoría, Buenos Aires, Septiembre 1972.
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