Evita agonizaba en su lecho. Perón no encontraba, en su propia devastación, cómo levantarle
el ánimo. La noche del 21 al 22 de julio, se le ocurrió que llamaran al modisto
de Evita, Paco Jamandreu, para que se presentara en la residencia
Jamandreu recordaba así los hechos:
Volé a la cita. Por el camino me hice mil
conjeturas. Llegué. Perón ahora no lucía aquella sonrisa que yo recordaba
tanto. Fue breve:
- Eva se muere. Tengo que apelar a tus sentimientos. Aunque no te hemos visto últimamente te recordamos con mucho cariño. Lo que te voy a pedir es muy importante para mí: quiero hacerle creer a Eva que preparamos un largo viaje y que vos le estás diseñando ya la ropa. Si vos me hicieras en seguida, para hoy mismo (eran las dos de la mañana) unos dibujos en colores, yo haría que abrieran sederías para que puedas elegir las telas. Aunque no será fácil el hacérselo creer. Pero trataremos de levantarle su ánimo. ¿Te das cuenta? Una mentira piadosa. [...]
Le llevé los diseños yo mismo a la mañana siguiente. De la recámara escuché la voz apagada de Eva Perón:
- ¡En qué poco tiempo ha hecho los diseños! ¡Qué bonitos! Debería ser modisto en París. Allí tendría mucho éxito. Tenés que explicarle que ahora estoy muy flaca. Tendrá que achicar las medidas. Que empiece con deshabillés. Después seguiremos con los otros.
Perón salió a despedirme. Había lágrimas en sus ojos:
- Ya ves. La hemos hecho feliz. Te llamaré.
Prepará algunos vestidos. No creo que llegués a probárselos, pero hacé algo. Te
estoy muy agradecido, pibe…
(Paco Jamandreu, “La cabeza
contra el suelo”. Memorias, Ediciones De la Flor, Buenos Aires, 1975, pág. 104)
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