miércoles, 21 de agosto de 2013

21 de agosto de 1911: el día que se afanaron La Gioconda







El 21 de agosto de 1911, el cuadro más famoso del mundo, la Gioconda, fue robado del Museo del Louvre. Cuatro años antes, en el mismo museo, se había producido el robo de unas pequeñas estatuas españolas. La policía francesa, llevada por las pistas, detuvo a Guillaume Apollinaire, el poeta. 





Guillaume Apollinaire es detenido
Apremiado en los interrogatorios, no demoró en revelar que las estatuillas se encontraban en poder de Pablo Picasso. El pintor fue detenido pero quedó libre al devolver las obras. Según dijo Picasso, él ignoraba que habían sido robadas. 

Sin embargo, Picasso era muy conocido por comprar objetos de arte robados. En este caso, es difícil creer que no supiera que las estatuillas habían sido robadas del Louvre. Esto mostraría su ignorancia artística (que no la tenía sino todo lo contrario) y desconocer que el autor del robo había sido Apollinaire, que no fue preso como instigador pero sí su secretario, Honoré-Joseph Géry Pieret, autor material del robo. Lo que era verdad es que ninguno de ellos tenía nada que ver con el robo de la Gioconda. El ladrón era otro.



Eduardo Valfierno
Pero toda historia tiene un comienzo. Y esta historia comienza en la Argentina cuando en 1850 nace Eduardo Valfierno, el hijo de un rico terrateniente cuya fortuna se encargó de despilfarrar al heredarlo. Ya entonces se daba la buena vida en Europa, principalmente en París, donde se hacía llamar “el Marqués de Valfierno”. Para sostener su estilo de vida y seguir tirando “manteca al techo” como hacían todos los herederos de aquella época, Valfierno comienza a vender las joyas, obras de arte y antigüedades de su familia, hasta que ya no tuvo nada propio que vender.




Entonces armó su “negocio” de ventas de obras de arte robadas o extraviadas que eran en realidad falsificaciones con su socio, un famoso pintor que era un virtuoso en el arte de la copia: Yves Chaudrón, a quien le pide que haga varias copias de La Gioconda. A Chaudron, la tarea le demanda más de un año de intenso trabajo para realizar las falsificaciones sobre maderas similares a la del original, usando pigmentos comúnmente usados en el Renacimiento y avanzadas técnicas para conseguir la pátina de envejecimiento adecuada.

Mientras Chaudron trabaja febrilmente en su estudio, Valfierno sale a la caza de sus futuras víctimas, millonarios dispuestos a pagar cualquier precio con tal de lucir a La Mona Lisa en un lugar de privilegio en sus mansiones.


Obviamente, la obra de Da Vinci real no le interesaba a los estafadores. Pero era indispensable para el negocio que la noticia del robo de la Mona Lisa recorriera el mundo, para poder vender a sus potenciales compradores las falsificaciones impecables.

Vincenzo Peruggia
Para eso necesitaba, un hombre que conociera las rutinas del Louvre y que fuera capaz de cometer el robo, pero también que fuera algo ignorante para que no hiciera demasiadas preguntas. Y lo encontró. El tipo era un carpintero italiano, Vincenzo Peruggia, al que Valfierno convenció, en parte, prometiéndole mucho dinero, y en parte, apelando al patriotismo. Le dijo que la obra era el resultado del genio de un italiano y que era en Italia donde debería ser exibida. Le hizo el cuento de un millonario coleccionista italiano que deseaba recuperar el cudro para su tierra, de donde nunca debería haber salido. Y el pobre Vincenzo se tragó el cuento. 



El domingo 20 de agosto de 1911, entró al Louvre como un visitante más. Cuando museo cerró sus puertas, se escondió en un cuarto donde se guardaban herramientas, cerca del salón Carré, donde se exhibía el cuadro. A la mañana siguiente, con el museo cerrado al público, Vincenzo esperó inquieto hasta que el guardia de la sala dejó momentáneament su puesto. Eran las 7 de la mañana y él se había vestido con los guardapolvos que usaban los obreros del museo. 




Salió de su escondite y fue hasta a la Mona Lisa. La quitó de la pared y empezó a correr hasta las escaleras mientras retiraba la pintura de su escudo vidriado y su marco. Con la madera de 77 x 53 cm bajo su guardapolvo, cruzó el patio interior del Louvre, saliendo del museo como un trabajador más.

Cuando el guardia regresó, vio el espacio vacío y supuso que la habían retirado para una sesión de fotografía.




Louis Beroud
Cuando el martes 22 el Louvre abrió sus puertas, Louis Beroud, un copista de obras famosas llegó al salón Carré se encuentra con el lugar vacío. “¿Dónde se la llevaron? Preguntó al guardia, y éste le respondió:  “Seguramente la llevaron otra vez arriba. La deben estar fotografiando o reparando el marco”.. A las 11 Beroud exigió al guardia que averiguara dónde estaba el cuadro que él había venido a ver. El guardia salió a preguntar, y regresó con el rostro desencajado. “Tampoco está allí”. Entonces da el aviso, un día después del robo. 







Esa tarde, 60 inspectores de la Sureté y 100 gendarmes estaban en el Louvre, revisando e interrogando a todo el mundo. La noticia se hizo pública casi de inmediato, según Valfierno lo había planeado. Todos los empleados fueron interrogados, pero no hallaron ninguna pistas, ni rastros, nada.






Hasta las fronteras se cerraron. Se habló de intrigas políticas, de la desprotección de los tesoros del Louvre. Los diarios de la época se relamían con las acusaciones cruzadas entre los investigadores que culpaban al museo, y los del museo que hablaban de la ineficacia policial. El circo estaba armado…
La pintura en tanto, estaba a pocas cuadras del museo, bajo la cama, en la humilde habitación del hotel donde vivía Vincenzo, que esperó con semejante paquete el mensaje que Valfierno nunca le envió.
El estafador se comunicó con los sus “clientes”, cinco norteamericanos y un brasileño y le vendió a cada uno, una copia al “módico” precio de 300 mil dólares de los de aquel entonces.



Alfredo Geri
Peruggia, sin saber qué hacer con la pintura, leyó en un diario italiano un anuncio: un anticuario de la “Galleria degli Uffizi” de Florencia, llamado Alfredo Geri, compraba obras de arte y ofrecía buenos precios. El 29 de noviembre, Geri recibió una carta sellada en París de un tal Leonardo, a secas, diciéndole que tenía la Mona Lisa. Escéptico pero intrigado lo citó en su galería de Florencia para el 22 de diciembre. Pero doce días antes de la cita, un hombre pequeño, de bigotes, llegó hasta las oficinas de Geri en la vía Borgognissanti y se presentó como Vincenzo Leonard  y le anunció que había traído el cuadro consigo. Humildemente le pidió una recompensa de medio millón de liras y la garantía de que la Mona Lisa no regresaría al Louvre. Geri arregló ir al día siguiente a ver la pintura con un especialista Giovanne Poggi, director de la Galleria. 



El juicio a Vincenzo Peruggia
Y fueron, al día siguiente, pero con la policía. Reconocieron de inmediato el sello oficial del Louvre al dorso de la pintura y confirmaron su autenticidad. Vincenzo Peruggia fue detenido y la noticia recorrió el mundo. La obra se exhibió en los principales museos de Italia durante dos meses hasta volver al Louvre. Vincenzo fue juzgado en Florencia, pero para la opinión pública se trataba de un ingénuo y romántico héroe nacional.






La Mona lisa recuperada
Peruggia aseguró que actuó solo, bajo el embrujo de la belleza de La Gioconda y que su único interés era rescatarla de manos de los franceses para devolverla a Italia. El jurado lo condenó a un año y 15 meses de prisión, pero salió a los siete, cuando la I Guerra Mundial lo sacó de las páginas de los diarios. Allí se pierde el rastro de ese hombre humilde, víctima de la “viveza criolla”




Valfierno pasó una vida de lujos y excesos hasta su muerte en 1931 en los Estados Unidos. Se había hecho con un botín de entre 30 y 60 millones de dólares. Los millonarios estafados jamás lo denunciaron, pues ello los hubiera convertido inmediatamente en cómplices del robo. Seguramente sus pérdidas fueron absorbidas por las empresas que controlaban.


Karl Decker


Pero Valfierno, además de estafador era un fanfarrón. La idea de que el mundo desconociera que el verdadero genio tras el robo había sido le resultó insoportable. Entre copas, le contó a un amigo, el periodista norteamericano Karl Decker el verdadero origen de su fortuna, con datos, fechas, e incluso el nombre de los millonarios a los que había estafado, con la única condición de que la historia se divulgara tras su muerte.

Y ¿qué pasó con Ives Chaudrón? Se mudó también a Estados Unidos donde siguió copiando obras maestras y cosechando una pequeña fortuna vendiendo sus “obras de arte” a las celebridades del cine…

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