“El
ojo lo ve todo, pero no puede verse”
“El principio del discurso es su parte más difícil –escribe Macedonio
Fernández– y desconfío de aquellos que comienzan por él.” Macedonio dice
haber vivido mal desde sus veinte años: abogado a la edad de 21, su futuro
podría haber sido el de un argentino próspero en una Argentina, por aquella
época, también próspera. Sin embargo, no fue así: ejercer como abogado le
hubiera exigido un pacto. El accidente de haber sido nombrado juez lo llevó a
concebir la justicia irónicamente: se sabe que Macedonio prefería absolver los
crímenes pasionales; sus argumentos hacían reír. Ejercer la abogacía hubiera
sido una manera de ganarse la vida y, quizá, de perder la eternidad.
Escribe Macedonio: “Al principio hubo el deseo de expresarme,
también de estudiar la vida psicológica, también de comprometerme en un estudio
general de estética, también de mejorar económicamente. Todo eso se borró con
el conocimiento inesperado de cierta persona de tan altas influencias de
espíritu (...) que a veces no sé si sólo la he soñado. Para serle grato o
seguir soñándola inicié el manuscrito”.
El conocimiento inesperado
de esta persona de “influencias de espíritu” rompe con todo pacto, con la
realidad, la cual se transforma en “sueño”.
Luego de la muerte de su
mujer, en 1920, Macedonio se aparta de su círculo de amigos, abandona
definitivamente su profesión, vive en distintas pensiones o casas de amigos;
sufre distintos tipos de “patologías”, que trata de curar él mismo.
Terriblemente friolento, duerme vestido: “Morir
es sacarse el sobretodo”, escribirá Macedonio.
En 1908, postula la
existencia de una comunicación entre conciencias a través de la telepatía. En
un pequeño escrito de 1907 cuenta que una tarde, mientras paseaba, se le
apareció la figura de su padre: “Era el
dios humano de mi infancia, mi padre, tal como mi infancia lo vio, pues veinte
años hacía que nuestra familia había asistido a su muerte; nada más cierto para
mí que su muerte, nada más cierto que estaba frente a mí”.
Macedonio,
el chiste
Si construyéramos una
lista de “ilisibles”, comenzando por “Joyce, el síntoma” y “Sade, el fantasma”,
estaríamos tentados de agregar “Macedonio, el chiste”. El chiste, para
Macedonio, es otra manera de producir su famoso “efecto de desidentificación”.
¿Su candidatura a
presidente de la república fue un chiste? Probablemente, ya que estuvo
concebida como tal: Macedonio decía que muchas personas estaban decididas a
abrir un kiosco, pero muy pocas lo estaban a ser presidente de la república,
entonces era más fácil ser presidente que abrir un kiosco.
El chiste adopta en
Macedonio la forma de la paradoja, o bien “conceptual”, por ejemplo: “Estaba
preparado como nunca para una improvisación”: o bien “referencial”, es decir,
ligada al contexto: “Pero aparte de que mi voz siempre habló mal de ella misma,
sus encantos han empeorado. Me tenía molesto una ronquera que no sé dónde me
empezó y justamente hoy se me ha corrido a la garganta”.
El chiste en Macedonio es
irónico ya que trata de romper con el contexto, con toda continuidad que
mantenga la “identificación significante”. Vuelve ilusoria la realidad a través
de la realidad; su personaje “El Idiota de Buenos Aires” advierte al mundo
sobre los hechos “reales”: un día de lluvia, corre detrás de las personas para
avisarles que sus paraguas se están mojando.
Destaquemos también aquí
lo que Macedonio llama “chistes dudosos”, donde el chiste no sólo no se
limitaría al humor sino que lo pone en duda, “la risa en duda”: “Considerando
los chistes dudosos (¿es chiste o no es chiste?) como un género superior, de
más calidad que el chiste cierto, propongo crear la Sección de esta especie”,
un ejemplo: “Fueron tantos los que faltaron que si falta uno más no cabe”.
Género de chiste “sublime” en el sentido kantiano, entre el horror (cuando la
falta casi falta) y la risa (cuando no deja de faltar).
La campaña presidencial
pretendía modificar ciertos “puntos sensibles” de la realidad a través de la
fabricación de objetos extraños: cucharas de papel, las cuales se fundían al
utilizarlas; escaleras con escalones de diferentes alturas; objetos de pesos
anormales (lapiceras muy pesadas, armarios muy livianos), etcétera. La
población, presa del pánico, encontraría como única solución: Macedonio
presidente.
El chiste será el quiasma
entre la lectura loca (puesta entre paréntesis de todo referente) y la locura
(donde el lenguaje es el único referente).
El
vacío
Escribe Macedonio: “Viniendo a mi libro, querido lector, espero
que reconoceréis que también es de los que tienen el mérito de llenar un vacío
con otro, como todos los libros. Viene a colmar ese gran vacío que han cubierto
todas las solemnidades escritas, habladas, versificadas, desde miles de años,
tanto vacío que no se entiende cómo ha podido caber en el mundo. Con la
diferencia de que el vacío que llena con otro mi libro es su verdadero asunto”.
A partir de los 20 años, la vida deja de ser “buena”, el chiste “realista” se
vuelve “conceptual”, la literatura “mala” (realista) comienza a ser reemplazada
por la “buena” escritura.
J. C. Masson comparó a
Macedonio con Joyce: el primero habría hecho con el español lo mismo que el
segundo con el inglés. La obra de Macedonio oscila entre una escritura “coherente”
–como él la llama– y el agramatismo, según él, la buena literatura. Podríamos
de esta manera continuar el paralelo con Joyce: Macedonio abandona el texto
concebido como “medio de trasmisión” (basta recordar su desprecio por el
periodismo) para transformarlo en las ruinas de esa transmisión. Como sostiene
Lacan al tratar la escritura de Joyce: “En el progreso continuo de su arte, en
efecto, a saber esta palabra, palabra que llega a ser escrita, al quebrarla, al
dislocarla, al hacer que al final lo que al leer parece un progreso continuo,
desde el esfuerzo que hacía en sus primeros Ensayos críticos, a continuación en
el Retrato del artista... y, finalmente en el Ulysses, para terminar en
Finnegan’s Wake, es difícil no ver que una cierta relación a la palabra le es
impuesta, hasta el punto en que termina por quebrar, disolver el lenguaje mismo
(...)”.
En la obra de Macedonio,
la escritura tiene un destino similar, y es Macedonio mismo quien lo describe:
al principio hubo “el deseo de expresarme”, hasta el conocimiento inesperado de
cierta persona que se confunde con un sueño (“cierta persona” evocada en otros
pasajes de su obra). Efectivamente, Macedonio comienza por sus escritos
“metafísicos” y “filosóficos” (es la época de la supuesta correspondencia con
William James) publicados bajo el título No todo es vigilia la de los ojos
abiertos; luego continúa con algunas páginas aún “malas”: Papeles de
Recienvenido y Adriana Buenos Aires, última novela mala; y finalmente el Museo
de la Novela de la Eterna donde encontramos la “buena literatura”. En sus
primeros escritos Macedonio hace un esfuerzo por cernir “La Cosa”, si puedo
decirlo así, por articular un pensamiento e incluso querer construir una
Teoría; para terminar haciendo con su lengua materna lo que nos evocaría a un
Joyce.
El
Belarte
Escribe Macedonio: “Hasta la edad de seis años, yo entraba y
salía de la salita de pruebas y ninguna de las clientas me veía, veía que yo
andaba viendo. Todo fue descubrirse en casa que yo había cumplido los seis años
para prohibirme la entrada bajo el pretexto de que yo antes veía y ahora
miraba” (...) “Alguna vez estudiaré cómo el desnudo se reduce a ser
modestamente un escote totalitario simultáneo o la suma de todos los escotes
sucesivos inocentes posibles a una sola persona”.
Esta multiplicación de
escotes en una misma persona, como equivalente de la desnudez, tendrá a la
escritura como medio de restablecer una continuidad perdida: “¿Quién me
mostrará que él nunca existió, que yo misma no soy sino una sombra, una silueta
entre páginas?”. Al mismo tiempo la mirada permitirá evitar el corte que el
significante introduce en el cuerpo; es la vestimenta quien desnuda a la
persona y no a la inversa, a la Alfonso Allais. Mirada que permitirá también
restablecer (quizá como la alucinación) la continuidad perdida por el
“lenguaje” (por definición “incoherente”).
Escribe Macedonio: “¿Cómo la corteza gris, donde se dice reside
el pensamiento, pensaría en ella misma, mientras el ojo no puede verse
directamente; vemos todo a través de él y al él mismo no lo vemos?”.
Macedonio, para quien la única “Crítica del Ser” es la mística, partidario de
la generación espontánea (la cual permitiría evitar las calamidades y la
infelicidad que el sexo provoca), se pregunta de diferentes maneras cómo
escapar a esta “muerte”, a esta mortificación significante que interrumpe la
tautología de una especie de “auto-erotismo”.
Estaríamos tentados,
siguiendo quizá a Lacan, de inscribir estas preguntas como reemplazando la
pregunta radical del ser sexuado, al cual “ningún predicado le es suficiente”.
Encontraríamos esta pregunta radical en Macedonio: “Estudio mucho a la mujer
desde años atrás y cada día desespero más de sentir alguna vez como ella
siente, de sentir siquiera por un instante una de esas emociones de gracia con
respecto a sí mismas o al vivir de otros o de desesperación absoluta, que el
hombre no conoce. ¿Cómo será ser mujer?”. Se trata de una pregunta que tendrá
como única respuesta su propia escritura.
Fuente:
“Macedonio Fernández: la
ironía como solución” publicado en la revista Anamorfosis.
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