Bernardo de Monteagudo
nació en Tucumán el 20 de agosto de 1789, un mes después de que estallara en
París la que pasaría a la historia como la Revolución Francesa. Estudió en
Córdoba y luego, como Mariano Moreno y Juan José Castelli, en la Universidad de
Chuquisaca (actual Bolivia) donde, en junio de 1808, se graduó como abogado,
con una tesis muy conservadora y monárquica titulada: "Sobre el origen de la sociedad y sus medios de
mantenimiento".
Fernando VII |
Pero vertiginosamente, al
calor de los acontecimientos europeos que precipitarán las decisiones en
América, sus lecturas y sus ideas se van radicalizando. Mientras Napoleón
invadía España y tomaba prisionero a Fernando VII, creando un conflicto de
legitimidad que será en adelante el argumento más fuerte de los patriotas para
proponer el inicio de la marcha hacia la independencia, Monteagudo escribe el “Diálogo entre Fernando VII y Atahualpa”,
una sátira política en la que los dos reyes se lamentan de sus reinos perdidos
a manos de los invasores. El tucumano le hace decir a Fernando: “El más infame de todos los hombres
vivientes, es decir, el ambicioso Napoleón, el usurpador Bonaparte, con
engaños, me arrancó del dulce regazo de la patria y de mi reino, e imputándome
delitos falsos y ficticios, prisionero me condujo al centro de Francia”.
Atahualpa le responde: “Tus desdichas me
lastiman, tanto más cuanto por propia experiencia, sé que es inmenso el dolor
de quien padece quien se ve injustamente privado de su cetro y su corona.”
Allí aparece una de las
primeras proclamas independentistas de la historia de esta parte del
continente: “Habitantes del Perú: si
desnaturalizados e insensibles habéis mirado hasta el día con semblante
tranquilo y sereno la desolación e infortunio de vuestra desgraciada Patria,
despertad ya del penoso letargo en que habéis estado sumergidos. Desaparezca la
penosa y funesta noche de la usurpación, y amanezca luminoso y claro el día de
la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la esclavitud y empezad a
disfrutar de los deliciosos encantos de la independencia”.
Al año siguiente,
exactamente el 25 de mayo de 1809, fue uno de los promotores de la
rebelión de Chuquisaca contra los abusos
de la administración virreinal y a favor de un gobierno propio que sería la
chispa de la Revolución que estallaría un año después en Buenos Aires.
Con apenas diecinueve años
de edad, será el redactor de la proclama, donde dice: “Hasta aquí hemos tolerado esta especie de destierro en el seno mismo
de nuestra patria, hemos visto con indiferencia por más de tres siglos inmolada
nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto (se
refiere a España, es claro) que degradándonos de la especie humana nos ha
perpetuado por salvajes y mirados como esclavos. Hemos guardado un silencio
bastante análogo a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español,
sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un
presagio cierto de su humillación y ruina”.
Virrey Cisneros |
El virrey Cisneros ordenó
una violenta represión que llevarán adelante Nieto, desde el sur, y Goyeneche,
desde el norte. Ambos hacen una verdadera masacre y Monteagudo va a parar
engrillado a la Real Cárcel de la Corte de Chuquisaca por el “abominable delito
de deslealtad a la causa del rey”. El mariscal Nieto había enviado a todos los efectivos disponibles para combatir
a los patriotas, en apoyo del Capitán de Fragata José de Córdova. La ciudad
universitaria había quedado virtualmente desamparada. Monteagudo, ansioso por
plegarse a las filas patriotas que se acercaban decidió preparar un plan para
fugarse. Alegando “tener una merienda con unas damas” en el jardín contiguo de
la prisión, obtuvo la codiciada llave que le abría la puerta de salida.(1)
Así,
el 4 de noviembre de 1810, recuperó su libertad, partió hacia Potosí, y se puso
a disposición del ejército expedicionario, que al mando de Castelli, había
tomado la estratégica ciudad el 25 de noviembre. El delegado de la junta, que
conocía los antecedentes revolucionarios del joven tucumano, no dudó en
nombrarlo su secretario.
La dupla empezó a poner
nerviosos por igual a realistas y
saavedristas que veían en ellos a los “esbirros del sistema
robespierriano de la Revolución Francesa”.
Juan José Castelli |
Monteagudo confirmó que
estaba en el lugar correcto cuando fue testigo de la dureza de las medidas
aplicadas por el Representante y el aplicado cumplimiento de las órdenes de
Moreno que insistía: “Las circunstancias
de ser europeos los que únicamente se han distinguido contra nuestro ejército
en el último ataque, produce la circunstancia de sacarlos de Potosí, llegando
al extremo de que no quede uno solo en aquella villa”.
Así salieron, el 13 de
diciembre de 1810, los primeros 53 españoles desterrados hacia Salta. La lista fue armada personalmente por Castelli.
Virrey Pedro A. Fenández , Conde de Lemos |
El Alto Perú tenía una
doble connotación para hombres como Monteagudo y Castelli. Era sin duda la
amenaza más temible a la subsistencia de la revolución y era la tierra que los
había visto hacerse intelectuales. Fue en las aulas y en las bibliotecas de
Chuquisaca donde Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo y Juan José Castelli
habían conocido la obra de Rousseau y fue en las calles y en las minas del
Potosí donde habían tomado contacto con los grados más altos y perversos de la
explotación humana admitida en estos términos por uno de los principales responsables de la masacre,
el Virrey Conde de Lemos: “Las piedras de
Potosí y sus minerales están bañadas en sangre de indios y si se exprimiera el
dinero que de ellos se saca había de brotar más sangre que plata.” (2)
Allí también se habían
enterado de una epopeya sepultada por la historia oficial del virreinato: la
gran rebelión tupamarista. Fueron los indios los que les hicieron saber que
hubo un breve tiempo de dignidad y justicia y que guardaban aquellos recuerdos
como un tesoro, como una herencia que debían transmitir de padres a hijos para
que nadie olvidara lo que los mandones soñaban que nunca había ocurrido.
El 14 de diciembre de
1810, Castelli firmó la sentencia que condenaba a muerte a los enemigos de la
revolución y principales ejecutores de las masacres de Chuquisaca y La Paz,
recientemente capturados por las fuerzas patriotas. A las nueve de la noche
fueron puestos en capilla, destinándoseles habitaciones separadas para que
“pudiesen prepararse a morir cristianamente”.
El día 15, en la Plaza
Mayor de la imperial villa, entre las 10 y 11 horas de la mañana, se ejecutó la
sentencia, previa lectura en alta voz que de la misma se hizo a los reos,
hincados delante de las banderas de los regimientos.
Entre los espectadores que
rodeaban el patíbulo, hubo uno que siguió ansioso el desarrollo de la escena.
Bernardo de Monteagudo, que había visto las masacres perpetradas por Paula Sanz
y Nieto apenas un año atrás en Chuquisaca, no olvidará nunca el episodio que
sus ojos contemplaron:
“¡Oh,
sombras ilustres de los dignos ciudadanos Victorio y Gregorio Lanza! (3)
¡Oh, vosotros todos los que descansáis en
esos sepulcros solitarios! Levantad la cabeza: Yo lo he visto expiar sus
crímenes y me he acercado con placer a los patíbulos de Sanz, Nieto y Córdova,
para observar los efectos de la ira de la patria y bendecirla con su triunfo”
(4)
Cumpliendo con las órdenes
de la junta, Castelli había iniciado conversaciones secretas con el jefe
enemigo Goyeneche para tratar de lograr una tregua. Una pieza clave en las
negociaciones fue Domingo Tristán, gobernador de la Paz y primo de Goyeneche.
Finalmente el armisticio se firmó el 16 de mayo de 1811.
Como era de esperar, la
noche del 6 de junio de 1811, las tropas de Goyeneche rompieron la tregua: una
fuerza de 500 hombres atacó sorpresivamente a la avanzada patriota. Goyeneche
pretendía que las que habían violado la tregua eran nuestras tropas por haberse
defendido.
Los dos ejércitos velaban
sus armas a cada lado del río Desaguadero, cerca del poblado de Huaqui. Las
tropas de Castelli, Balcarce, Viamonte y Díaz Vélez, en la margen izquierda,
sumaban 6.000 hombres. Del otro lado, Goyeneche había reunido 8.000. A las 7 de
la mañana del 20 de junio de 1811 el ejército español lanzó un ataque
fulminante. El desastre fue total.
Pero aún en la derrota,
aquellos hombres no se daban por vencidos. Quizás en aquellas noches de charlas
interminables en los Valles andinos haya nacido el plan político que los
morenistas sobrevivientes a la represión expondrían en la Sociedad Patriótica,
y es muy probable que Bernardo de Monteagudo haya esbozado las primeras líneas
del proyecto constitucional más moderno y justo de la época y que publicaría en
la Gaceta de Buenos Aires meses después.
Allí decía el tucumano: “Los tribunos no tendrán algún poder ejecutivo, ni mucho menos legislativo. Su obligación será únicamente proteger la libertad, seguridad y sagrados derechos de los pueblos contra la usurpación el gobierno de alguna corporación o individuo particular, pero dando y haciéndoselos ver en sus comicios y juntas para cuyo efecto -con la previa licencia del gobierno- podrán convocar al pueblo. Pero como el gobierno puede negar esa licencia, porque ninguno quiere que sus usurpaciones sean conocidas y contradicha por los pueblos, se establece que de tres en tres meses se junte el pueblo en el primer días del mes que corresponda, para deliberar por sufragios lo que a él pertenezca según la constitución y entonces podrán exponer los tribunos lo que juzgaren necesario y conveniente en razón de su oficio a no ser que la cosa sea tan urgente que precise antes de dicho tiempo la convocación del pueblo, y no conseguida, podrá hacerlo".
Allí decía el tucumano: “Los tribunos no tendrán algún poder ejecutivo, ni mucho menos legislativo. Su obligación será únicamente proteger la libertad, seguridad y sagrados derechos de los pueblos contra la usurpación el gobierno de alguna corporación o individuo particular, pero dando y haciéndoselos ver en sus comicios y juntas para cuyo efecto -con la previa licencia del gobierno- podrán convocar al pueblo. Pero como el gobierno puede negar esa licencia, porque ninguno quiere que sus usurpaciones sean conocidas y contradicha por los pueblos, se establece que de tres en tres meses se junte el pueblo en el primer días del mes que corresponda, para deliberar por sufragios lo que a él pertenezca según la constitución y entonces podrán exponer los tribunos lo que juzgaren necesario y conveniente en razón de su oficio a no ser que la cosa sea tan urgente que precise antes de dicho tiempo la convocación del pueblo, y no conseguida, podrá hacerlo".
Juan José Castelli |
Monteagudo se hizo cargo
de la dirección de la Gaceta de Buenos Aires, donde escribía textos como el que
sigue: “Me lisonjeo de que el bello sexo
corresponderá a mis esperanzas y dará a los hombres las primeras lecciones de
energía y entusiasmo por nuestra santa causa. Si ellas que por sus atractivos
tienen derecho a los homenajes de la juventud, emplearan el imperio de su
belleza en conquistar además de los cuerpos las mentes de los hombres, ¿qué
progresos no haría nuestro sistema?”. Este artículo le valió el reto de
Rivadavia, por entonces secretario del Triunvirato en estos términos: “El
gobierno no le ha dado a usted la poderosa voz de su imprenta para predicar la
corrupción de las niñas”. Monteagudo decide fundar su propio periódico el
Mártir o Libre.
El 13 de enero de 1812
participa de la fundación de la Sociedad Patriótica y comienza a dirigir su
órgano de difusión, El Grito del
Sud. La Sociedad Patriótica junto a la
recién fundada Logia de Caballeros Racionales (mal llamada Logia Lautaro) con
San Martín a la cabeza participará el 8 de octubre de 1812 del derrocamiento
del Primer Triunvirato y la instalación del Segundo que convocará al Congreso
Constituyente que conocemos como la Asamblea del Año XIII en la que Monteagudo
participará como diputado por Mendoza. La Asamblea adoptará una serie de
medidas que Castelli y Monteagudo habían concretado en el Alto Perú: la
abolición de los tributos de los indios; la eliminación de la Inquisición; la
supresión de los títulos de nobleza y de los instrumentos de tortura.
El 10 de enero de 1815 edita el periódico El Independiente, que apoya incondicionalmente la política del director Supremo Carlos María de Alvear. Al producirse la caída del Director, Monteagudo es desterrado y viaja a Europa. Residirá en Londres, París y en la casa de Juan Larrea en Burdeos. Pudo regresar al país en 1817 cuando San Martín lo nombra Auditor de Guerra del ejército de los Andes con el grado de Teniente Coronel. Redactó el Acta de la Independencia de Chile que firmó O’Higgins el 1º de enero de 1818.
A comienzos de 1820 fundó
en Santiago el periódico El Censor de la Revolución y participó de los
preparativos de la expedición libertadora al Perú. Colaboró estrechamente con
San Martín quien lo nombrará, poco después de entrar en Lima, su ministro de
Guerra y Marina y, posteriormente, ministro de Gobierno y Relaciones
Exteriores. Muchas de las medidas tomadas por San Martín, como la fundación de
la Biblioteca de Lima y de la Sociedad Patriótica local, fueron impulsadas por
Monteagudo. Propició la expropiación de las fortunas de los españoles enemigos
de la revolución: “Ya no se encuentran
esos grandes propietarios que, unidos al gobierno, absorbían todos los
productos de nuestro suelo; subdivididas las fortunas, hoy vive con decencia
una porción considerable de americanos que no ha mucho tenían que mendigar al
amparo de los españoles”.
El 25 de julio de 1822,
mientras San Martín se encaminaba hacia Guayaquil para
entrevistarse con Bolívar, se produjo un golpe contra Monteagudo en Lima. El
alzamiento fue promovido por los sectores más conservadores, que encontraron
eco en el Cabildo de la ciudad virreinal y consiguieron la destitución y la
deportación del colaborador de San Martín. Monteagudo se radicó por algún
tiempo en Quito, tras ser un testigo privilegiado de la decisión de San Martín
de renunciar a sus cargos y delegar el mando de sus tropas en Bolívar. El
libertador venezolano lo incorporó a su círculo íntimo y le confió la tarea de
preparar la reunión del Congreso anfictiónico que debía reunirse en Panamá para
concretar la ansiada unidad latinoamericana.
Pero entre la gente más
cercana a Bolívar había importantes enemigos de Monteagudo, como el secretario
del Libertador, el republicano José Sánchez Carrión, que desconfiaba del
tucumano porque lo creía un monárquico. Estaba ocupado y entusiasmado en la
concreción de aquel sueño de la Confederación sudamericana, cuando recibió un
anónimo que decía: “Zambo Monteagudo, de esta no te desquitas”. Sin darle la
menor importancia a la amenaza, la noche del 28 de enero de 1825 iba con sus
mejores ropas a visitar a su amante, Juanita Salguero, cuando fue
sorprendido frente al convento de San
Juan de Dios de Lima por Ramón Moreira y
Candelario Espinosa, quien le hundió un puñal en el pecho. Un vecino del lugar,
Mariano Billinghurst, acudió al lugar y trató de auxiliarlo ordenando su
traslado al convento, donde fue atendido por un cirujano y un boticario que
nada pudieron hacer para salvar su vida.
Espinosa fue detenido y
Bolívar lo interrogó personalmente para saber quién lo había contratado para
matar a Monteagudo, pero el sicario mantuvo el secreto. Según distintas
versiones nunca confirmadas, el instigador del crimen fue Sánchez Carrión quien
poco tiempo después murió envenenado.
Varios años después, el 25
de abril de 1833, San Martín le escribía a su amigo Mariano Álvarez, residente
en Lima, diciéndole que debía hacerle “…una
pregunta sobre la cual hace años deseo tener una solución verídica y nadie como
usted puede dármela, con datos más positivos, tanto por su carácter como por la
posición de su empleo. Se trata del asesinato de Monteagudo: no ha habido una
sola persona que venga del Perú, Chile o Buenos Aires, a quien no haya
interrogado sobre el asunto, pero cada uno me ha dado una diferente versión;
los unos lo atribuyen a Sánchez Carrió, los otros a unos españoles, otro a un
coronel celoso de su mujer. Algunos dicen que este hecho se halla cubierto de
un velo impenetrable, en fin, hasta el mismo Bolívar no se ha libertado de esta
inicua imputación, tanto más grosera cuanto que prescindiendo de su carácter
particular incapaz de tal bajeza, estaba en su arbitrio si la presencia de un
Monteagudo le hubiese sido embarazosa, separarlo de su lado, sin recurrir a un
crimen, que en mi opinión jamás se cometen sin un objeto particular”.
Monteagudo, previendo a
sus críticos contemporáneos y futuros publicó en La Gaceta de Buenos Aires: “Sé que mi intención será siempre un
problema para unos, mi conducta un escándalo para otros y mis esfuerzos una
prueba de heroísmo en el concepto de algunos, me importa todo muy poco, y no me
olvidaré lo que decía Sócrates, los que sirven a la Patria deben contarse
felices si antes de elevarles altares no le levantan cadalsos”.
1 Documentación original
en poder de G. René Moreno. Cfr. MARIANO A.PELLIZA, Monteagudo, su vida y sus
escritos. Buenos Aires, 1880.
2 El Conde de Lemus a Su
Majestad, en Contrarréplica a Victorian de Villava; en Ricardo Levene, Ensayo
histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno, Apéndice, Buenos Aires,
Peuser, 1960.
3 Revolucionarios
asesinados por Nieto y Paula Sanz
4 BERNARDO MONTEAGUDO:
Ensayo sobre la Revolución del Río de la Plata desde el 25 de Mayo de 1809, en
Mártir o Libre, Buenos Aires, 1812.
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