lunes, 7 de enero de 2013

8 de enero de 1820: El motín de Arequito



El 12 de diciembre de 1819, siguiendo órdenes del Director Pueyrredón, el Ejército Auxiliar del Norte levantó su campamento en Capilla del Pilar, al Sur de Córdoba, cruzó el Río II y se dirigió a Fraile Muerto.  Una reducida vanguardia de caballería se anticipó al grueso de la columna, a los efectos de darle seguridad y cierta protección.

Juan Martín de Pueyrredón


A principios de enero de 1820, la columna se acercó a Santa Fe y al atardecer del día 7 acampó en la Posta de Arequito, en territorio gobernado por Estanislao López, que con sus montoneros comenzó a vigilar los movimientos de las fuerzas de Fernandez de la Cruz.

Ejército del Norte


Cuando las tropas partieron, era sabida la falta de cohesión que existía en las unidades. Muchos oficiales manifestaban claramente que no estaban dispuestos a emplear las armas contra sus hermanos del Litoral y los soldados  mayoritariamente oriundos del Norte y Centro, se alejaban de sus hogares para ir en defensa de una causa absolutamente indiferente. En teoría, su misión era esperar hasta que las condiciones permitieran reiniciar la reconquista de las provincias altoperuanas. Y, por si esto fuera poco, el descrédito del Directorio de Pueyrredón era absoluto, en tanto el federalismo cada día contaba con mayor cantidad de simpatizantes.



Francisco Fernández de la Cruz



Antes de llegar a la Posta de Arequito, Francisco Fernández de la Cruz, quien comandaba el Ejército tras el alejamiento de Belgrano, ya había tenido separar a varios oficiales que estaban sindicados como comprometidos en una revolución que podría estallar de un momento a otro.  Entre ellos, se confinó en Mendoza a los orientales Eugenio Garzón y Ventura Alegre, por, pero no se tomaron medidas con el Jefe de Estado Mayor General Juan Bautista Bustos ni con el coronel Alejandro Heredia, el que continuaba en el escalafón pese a que eran perfectamente conocidas sus ideas.


Gregorio Aráoz de Lamadrid, protagonista de los sucesos, cuenta lo siguiente:


“Lleno el general Cruz de antecedentes, nos había reunido dos o tres veces en su casa, y secretamente, a todos los coroneles, incluso al teniente coronel y Jefe del 2, Bruno Morón, que merecía nuestra confianza, para consultar el partido que debería tomarse con el coronel mayor Bustos, que era la cabeza principal.  Todos los compañeros se encogían de hombros, conocían que sin separar a dicho jefe no se cortaría el mal, pero no se atrevían a aconsejar al general que diera ese paso resueltamente, en razón de justos temores que tenían de complicidad en algunos de sus oficiales y tal vez de la misma tropa.


“Me acuerdo que resueltamente dije yo al general en presencia de todos ellos no una, sino todas las veces que nos reuníamos al efecto: ¡Si el señor general quiere autorizarme, ahora mismo voy y lo fusilo al general Bustos en presencia de su regimiento.  No tengo yo temor alguno de que ningún individuo de mi cuerpo me sea infiel, al menos en la tropa!, pero el general nunca se atrevió”. 

Gregorio Aráoz de Lamadrid



Por supuesto que el testimonio de Lamadrid debe tomarse “con pinzas.  Pero, sobre lo que hay dudas, es en el rol del general Bustos en los acontecimientos que seguirían  ¿Por qué Fernández de la Cruz no actuó contra su Jefe de Estado Mayor para evitar la revuelta?.  Porque no pudo, considerando el prestigio de que gozaba Bustos, no sólo en su unidad, el Regimiento Nº 2 de Infantería, sino en todo el Ejército.

Juan Bautista Bustos


En la noche del 7 al 8 de enero, Bustos y Heredia ordenaron detener a los coroneles Cornelio Zelaya, del Regimiento de Dragones y Manuel Antonio Pinto, del Nº 10 de Infantería y al teniente coronel Morón, a cargo provisional del Nº 2 de la misma arma, en lugar de Bustos, sublevando a las unidades, que levantando los campamentos, arrastraron a un Escuadrón de Húsares que se plegó al Motín, y estableciéndose  a unas diez cuadras de distancia del anterior.


¿Cuáles fueron los verdaderos objetivos que se persiguieron al producir el Motín? Al saberlo estaremos en condiciones de desvirtuar infundios que sin ningún argumento colocaban a Bustos, Heredia, Paz e Ibarra en concordancia con los montoneros y los jefes federales.  Eso es erróneo y Paz en sus “Memorias Póstumas”,lo demuestra claramente:


“Puedo asegurar –dice Paz- con la más perfecta certeza que no había la menor inteligencia, ni con los jefes federales ni con la montonera santafecina; que tampoco entró, ni por un momento, en los cálculos de los revolucionarios unirse a ellos, ni hacer guerra ofensiva al Gobierno ni a las tropas que pudieran sostenerlo: tan sólo se proponían separarse de la cuestión civil y regresar a nuestras fronteras, amenazadas por los enemigos de la independencia; al menos éste fue el sentimiento general, más o menos modificado, de los revolucionarios de Arequito; si sus votos se vieron después frustrados, fue efecto de las circunstancias, y más que todo, de Bustos, que sólo tenía en vista el gobierno de Córdoba, del que se apoderó para estacionarse definitivamente”. 

José María Paz


El asunto es claro y pone sobre la mesa los verdaderos móviles que impulsaron a los rebeldes a interrumpir su marcha a Buenos Aires, desobedeciendo las órdenes del Directorio.  Paz es concluyente: no fue contra Fernández de la Cruz, ni tampoco por diferencias ideológicoas. La intención fue apartar al Ejército Auxiliar de los conflictos internos, sin tomar partido a favor de los federales y regresar a la frontera para continuar la lucha contra el enemigo exterior.


Vicente Fidel López llega a conclusiones bastante acertadas, aunque equivoca fechas y formula juicios sin fundamento. Dice al respecto:


“Había llegado todo el Ejército a la Posta de Arequito, y pocas marchas le faltaban para entrar en la provincia de Buenos Aires y hacer una conversión de su frente y quedar a vanguardia de las fuerzas que mandaba el Supremo Director Rondeau, cuando en la noche del 10 de enero, los coroneles Bustos y Paz se pusieron a la cabeza de sus cuerpos, se apoderaron de los bagajes, de las carretas, del parque, de los bueyes, y arrastraron algunos otros cuerpos a pronunciarse con ellos contra sus jefes.  La mitad del Ejército rehusó adherirse, y al amanecer pretendió seguir marchando a su destino; pero sin víveres, sin parque y sin medios de movilidad, tuvo que capitular y entregarse a los amotinados.  Estos rehusaron toda connivencia con los montoneros del Litoral.  Carrera vino a proponerles un vasto plan de combinaciones; pero lo expulsaron y retrogradaron a Córdoba; donde Bustos burló las ambiciones de Paz; lo echó de Córdoba, solo y desairado a Santiago; de hecho se proclamó gobernador de Córdoba; se puso en relación con San Martín y O’Higgins para impedir que Carrera pudiese invadir Chile, y aseguró su asiento en la parte del ejército que había acantonado en la ciudad, haciendo un gobierno autocrático y personal, pero manso y bonachón en sus procederes, salvo algunos puntapiés o empujones que era su manera habitual de corregir a los que lo incomodaban, aunque fuesen sacerdotes.  Así quedó desligado de Buenos Aires y de todo vínculo nacional, pero desligado también de los litorales y de las otras provincias por lo pronto”. 


La fecha es errónea, y también la investidura de Paz, que entonces era el comandante de un escuadrón de caballería, a la altura de Bustos que unos meses antes había sido ascendido a Coronel Mayor. 



Ignacio Garzón se refirió al Motín de Arequito marginalmente, sin asignarle la importancia que realmente tuvo en el proceso que se abrió en el país a partir de entonces.


“El 7 de enero de 1810 –expresa Garzón- se produjo, como es sabido, el movimiento disolvente de Arequito, sobre el Carcarañá.  El gobernador Castro renunció el 19, reasumiendo el Cabildo la plenitud de la autoridad pública, por excusación del alcalde don Carlos del Signo para ejercer interinamente el cargo de gobernador.  Ese mismo día el Cabildo convocó al pueblo para que eligiera provisoriamente el reemplazante del doctor Castro.  El acto tuvo lugar, resultando nombrado don José Javier Díaz.  Al finalizar el mes entró en la ciudad el ejército al mando de Bustos, a quien había sustituido en la jefatura del Estado Mayor el coronel don Alejandro Heredia.  El pueblo lo recibió con aclamaciones; las damas organizaron coros que cantaron himnos y llevaron flores a Bustos”. 


Lamadrid, que como Paz fue protagonista de los sucesos actuando en el grupo que permaneció leal a Fernández de la Cruz, coincidió de un modo general con aquél en las causas que originaron el Motín, explicando:


“Llegamos en este orden, con el ejército, a la posta de Arequito, caída la tarde, el 7 de enero del año 20 con porción de fuerzas santafecinas en circunferencia del ejército y disparándonos algunos tiros a la columna, las cortas partidas que se aproximaban, fiadas en sus buenos caballos; cuando acampado el ejército sobre la costa del río Tercero o Carcarañá, ordena el general Bustos que el servicio de caballería se hiciese desde aquella noche por escuadrones, designándome el lugar en que debía yo colocar el 1º, que lo componían todos mis húsares, y lo mandaba el capitán José o Mariano Mendieta, tarijeño; por la razón ya expresada de haber reducido a uno la tropa de que se componían los dos y formar el 2º con los doscientos infantes que me había dado el general Belgrano”.


Siguiendo su relato, Lamadrid, agrega:


“Conferencian un rato y vuelve nuestro general (Fernández de la Cruz) y llamando a todos sus jefes a junta nos dice haber acordado entregar el mando de todo el ejército al coronel mayor Bustos, para que respondiese dicho jefe a la nación por él, pues decía Bustos que el objeto de la revolución era sólo el de atender a guardar las provincias contra el ejército español, y dejar de hacernos la guerra unos contra otros; que respecto a los jefes y oficiales de nuestra fuerza, habían acordado que continuarían en sus puestos todos los que gustasen, y los que no, obtendrían sus pasaportes para donde los pidieran, y se les proporcionaría los medios de conducirse”. 


Ernesto Palacio, en cambio, en un breve comentario, asigna al Motín de Arequito un carácter netamente partidista, cuando explica que los sublevados lo hicieron al grito de “Federación”.  El párrafo tiene el siguiente texto:

José Rondeau


“El Director Supremo Rondeau se puso en campaña el 1º de noviembre y ordenó al ejército del norte que viniera en su auxilio.  Pero al llegar a la Posta de Arequito el 8 de enero de 1820, el grueso de la tropa se sublevó también bajo la dirección de los coroneles Bustos y Heredia y el comandante Paz, al grito de, ¡Federación!”. 



José María Rosa explica el suceso en forma parecida a las descripciones anteriores, llamándonos la atención la poca relevancia que asignó como historiador político al levantamiento, cuando a partir de él se desató una rebelión general que cambió el esquema entonces vigente.  Este es el relato de Rosa:


“El ejército al mando de Cruz se pondrá en marcha desde Pilar a fines de diciembre.  No irá lejos.  El 5 de enero (1820) se subleva en la posta de Arequito por presión del general Bustos y comandantes Heredia y Paz que no quieren tomar parte en la guerra civil y desean reservar al ejército para la guerra de la independencia.  Convienen los sublevados con Cruz que podrían ir con él quienes fuesen de su parecer.  Cruz se encuentra solo; y solo llega a Buenos Aires”. 


En la madrugada del 8 de enero, los amotinados se presentaron en número de 1.600 hombres a las órdenes del general Bustos, formados en línea de batalla frente a las fuerzas que habían permanecido leales a Fernández de la Cruz, que no sobrepasaban las 1.400 plazas.  Muy cerca, partidas de montoneros y gauchos alzados observaban lo que estaba ocurriendo sin tomar parte en el desarrollo de los acontecimientos, pero perfectamente conscientes en que algo importante debía resolverse en el curso de las próximas horas.


En la reunión que convocó el Comandante en Jefe, para recoger opiniones sobre la conducta a seguir, de la cual participaron los coroneles Ramírez (de la Artillería), Aparicio (del Regimiento Nº 3 de Infantería), Lamadrid de los Húsares y posiblemente algunos otros jefes y oficiales, salvo el último que propuso atacar a los amotinados, los restantes aconsejaron continuar la marcha hacia la Capital con las unidades disponibles, permitiendo a Bustos retirarse con los sublevados.


Así se hizo, privando la cordura y evitando derramamientos de sangre, que, de no ceder una de las partes, con seguridad se hubieran producido.  Bustos y Fernández de la Cruz, como consecuencia de esta decisión, separaron sus fuerzas, pidiendo el primero que, a cambio de la libertad de los detenidos la noche anterior, se le entregara la mitad del parque de artillería y de las 60 carretas que con vestuario y equipos hacía unos días se incorporaron al Ejército en Fraile Muerto.

Alejandro Heredia
 
Alrededor de las 2 de la tare del día 8, las unidades leales a Fernández de la Cruz reanudaron la marcha, llevándose la totalidad de las carretas, es decir, dejando de cumplir lo convenido.  Al comprobar la maniobra, Bustos destacó de inmediato al coronel Heredia con 500 jinetes para que se le entregaran los pertrechos acordados.  Pero cuando Heredia alcanzaba la retaguardia de la columna, cerca de la Posta de los Desmochados, comprobó que partidas de montoneros “picaban” sobre los soldados, complicando aún más su situación.  Fue entonces cuando Fernández de la Cruz ofreció entregar al general Bustos todas las fuerzas que lo habían seguido, cosa que de inmediato éste aceptó, haciéndose reconocer como nuevo Comandante en Jefe y designando en su reemplazo en calidad de Jefe del estado Mayor al coronel Alejandro Heredia.



El irlandés Mr. Yates, compañero de correrías del general Carrera por tierras del Plata, decía en su “Diario” publicado en Londres en 1824 por mediación de María Graham:


“En este estado el coronel mayor don Juan Bautista Bustos, segundo en el mando, se puso al frente de la revolución y se declaró por el ejército federal, exigiendo de Carrera y de Ramírez que se le cediese el gobierno de Córdoba protestando su mayor veneración y amistad a sus nuevos aliados y su disposición a auxiliarlos a llevar a cabo sus miras”.


El 9 de enero, tras haber recibido el armamento de los últimos soldados que se mantuvieron fieles a Fernández de la Cruz, Bustos dispuso continuar la marcha, pero en lugar de hacerlo hacia Buenos Aires ordenó que la columna regresara a la provincia de Córdoba.


Con relación a la conducta asumida por Bustos en esta situación  y su posterior promoción a gobernador de la “docta”, es bueno transcribir la opinión de Martín G. Figueroa Güemes, un granconocedor de la trayectoria de su antepasado el general Güemes, quien dice:


“Y esta genial desobediencia no fue otra cosa que una oportuna imitación de la conducta de José de San Martín cuando se negó a regresar con el ejército de los Andes para afianzar el centralismo absolutista a costa de la independencia americana.


“A raíz del levantamiento de Arequito, que sustrajo al ejército del Norte de su inminente destrucción en los campos del litoral, que habían devorado ya fuerzas superiores en hombres y armamentos, le imputaron a Bustos el ánimo de encastillarse en Córdoba para cuidar a la manera de un señor feudal de sus propios intereses…  El lector a través de la documentación que hemos recibido, juzgará por sí mismo tan canallesca imputación.


“La sublevación de Arequito contó con el conocimiento y consentimiento de Güemes, jefe de las fuerzas norteñas en reemplazo de Belgrano, por la alta finalidad perseguida por sus gestores.


“Bustos, a quien correspondió el mando de los sublevados, no por arbitrario designio, sino por su mayor grado militar; José María Paz, Alejandro Heredia y Felipe Ibarra, que lo secundaron con igual responsabilidad en la decisión, arrastrando tras sí la voluntad de la mayor y mejor parte de sus subordinados, consumando el feliz motín en forma incruenta y ordenada.  Los cuatro hombres señalados, eran garantía de sensatez, de pundonor, de aptitud y de temeridad; Bustos, militar ilustrado y sereno, como lo demostraría hasta la saciedad en el período de su gobierno en Córdoba.  Paz estudiante universitario de talento indiscutido que cambió la toga por la espada al iniciarse las hostilidades contra España; Heredia, doctor en filosofía y derecho, orador y poeta de fuste; e Ibarra, ex interno del convictorio de Monserrat…: Tales los bárbaros que consumaron el incruento y feliz levantamiento del ejército de Belgrano destinado por el desatino del “ilustre Rondeau” a sucumbir en entreveros fratricidas”.


Fuentes: 

Autores citados,  Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado, Revisionistas

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