Nació
en Santiago del Estero, el 24 de junio de 1766, siendo sus padres Manuel Pedro
Borges y María Josefa de Urrejola y Peñaloza. El joven Borges, estudiante
en La Paz, era ayudante mayor de Milicias cuando estalló la “sublevación” de
Túpac Amaru, atroz y vengativamente cancelada. En defensa de la sitiada
ciudadela española combatieron padre e hijo, perdiendo la vida don Manuel
Pedro. En su estada en España, donde fue ascendido a Capitán de los
Ejércitos de S. M., se le concedió el título de Caballero Cruzado de la Orden
de Santiago.
Juan Francisco Borges |
Ostentaba
el grado de teniente coronel cuando se produjo el movimiento emancipador de mayo
de 1810. Hombre audaz y abnegado, sus conexiones de familia, su empleo en
el ejército del Rey, no fueron un impedimento para detener los generosos
sentimientos de su ardiente patriotismo y a su actividad y celo se debió la
pronta incorporación de su provincia natal a la causa emancipadora.
Ayudado por uno de sus más íntimos amigos, Germán Lugones (padre del coronel
Lorenzo Lugones), empezó a reclutar gente, que uniformó y equipó a costa de su
peculio, tan pronto tuvo noticias de la preparación de la empresa libertadora
confiada al coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, de modo que cuando éste
llegó a la jurisdicción de Santiago del Estero, el comandante Borges pudo
presentarle 367 hombres perfectamente organizados, que se incorporaron a los
expedicionarios con el nombre de “Patricios de Santiago del Estero”, los que se
batieron en Suipacha, así como también en Tucumán y Salta. En los
desastres de Vilcapugio y Ayohuma perecieron casi todos los santiagueños,
después de haberse batido con denuedo, hecho que aprovecharon los enemigos del
general Belgrano para prevenir a Borges contra aquél, especialmente, cuando el
Director Pueyrredón le designó nuevamente para mandar el Ejército del Norte,
después de su regreso de Europa.
Antiguo Cabildo de Santiago del Estero |
Sublevación autonomista en Santiago del Estero
Entre
tanto, el Congreso General resuelto trasladar su sede a Buenos Aires en contra
de la opinión de los diputados de Santiago del Estero y Tucumán, a la cual el
territorio de la primera pertenecía como parte integrante de la segunda.
Estas circunstancias dieron a Borges pretexto suficiente para levantar el
estandarte de la revolución federal, apoyado por las milicias locales; derrocó
al Teniente Gobernador Gabino Ibáñez en diciembre de 1816 y se colocó en su
lugar, negando obediencia al general Belgrano y al gobierno de Tucumán, de
quien dependía. Ibañéz fue detenido y enviado a Loreto.
Belgrano
destacó al comandante Lamadrid con un escuadrón de 100 Húsares como vanguardia
de las fuerzas destinadas contra Borges, cuyo grueso lo comandó el coronel Juan
Bautista Bustos, con 250 hombres y dos piezas de artillería. Este último,
en realidad no llegó a actuar, pues la vanguardia adelantada a las órdenes de
Gregorio Aráoz de Lamadrid los dispersó en el combate de Pitambalá, el 27 de
diciembre de 1816. Las fuerzas de Borges contaban con un total de
alrededor de 500 hombres.
Borges
se retiró en dirección al Salado (río que corre por la frontera Este de
Santiago) de donde se proponía pasar a Salta, en busca del apoyo de Martín
Miguel de Güemes. Finalmente, al cabo de tres días, se refugió en la casa
de los Taboada en Guaype (actual Departamento Sarmiento), a la sazón parientes
suyos, quienes lo entregaron a Lamadrid.
“Los
partes de estas ocurrencias – dice el Gral. José M. Paz en sus Memorias Póstumas-
se transmitían instantáneamente al general Belgrano, que luego que supo la
derrota de los sublevados, expidió un decreto de indulto, con excepción de
Borges, Gonsebat y del capitán Lugones, de mi regimiento. Este se hallaba
allí desde antes de la sublevación con un piquete de treinta Dragones, con los
que se había unido a Borges, y salido a campaña, y a los que (sin que hasta
ahora sepa por qué) despidió desde Loreto, de modo que volvieron y se
incorporaron, al cargo de un sargento, a las fuerza que los perseguía.
Todo prueba que los revoltosos se asustaron de su propia obra, luego que la
hubieron consumado.
“Cuando
a los cuatro o cinco días de la derrota se tuvo noticia de la prisión de
Borges, tuve orden de salir con una partida que iba a cargo del capitán don
Joaquín Lima, al puesto de Vinal, situado a diez leguas de la ciudad, a recibir
al prisionero, tomarle una declaración sobre los últimos hechos y hacerlo
seguir hasta la ciudad. Habíamos contado con hallar a Borges esa noche en
Vinal, pero no sucedió así, y luego se tuvo noticia de que por causa de
enfermedad se había demorado su marcha.
Fusilamiento de Borges
“A
la mañana siguiente continuó en su solicitud, el capitán Lima con la partida,
quedándome yo a esperarlo en Vinal, para llenar las formalidades de mi
comisión. En todo ese día ni la noche no apareció, y a la madrugada del
tercer día se me presentó el comandante Lamadrid, quien me manifestó la orden
que traía de fusilarlo sin más demora que la muy precisa para recibir los
auxilios espirituales. La sentencia emanaba directamente del general
Belgrano; había sido remitida a Bustos, y este comisionó a Lamadrid para su
ejecución.
“En
la pequeña comitiva que había sacado Lamadrid de Santiago venía un religioso
dominico, el Padre Ibarzábal, quien debía ofrecer sus servicios al desgraciado
Borges; mas como por su edad y poco ejercicio en el caballo, no pudiese
acompañar la rápida marcha del comandante, se convino en que se quedase en una
chacarilla que tiene el mismo convento, a dos leguas de la ciudad, debiendo
Lamadrid traer allí al reo, para que fuese ejecutado después de hacer sus
disposiciones cristianas.
“Bien
poco agradable me había sido la comisión que se me había conferido, así es que
aproveché sin trepidar la ocasión que se me presentaba de eximirme. Yo
había creído que la declaración que se mandaba tomar al prisionero era para que
sirviese de precedente a un juicio que, aunque fuese muy breve, llenase en
cierto modo las formas; pero, desde que sin esperar éste se había extendido la
sentencia y se mandaba ejecutar, ya era inútil todo esclarecimiento de un hecho
que estaba juzgado. Me retiré pues, antes que viniese Borges, y antes de
mediodía estuve en Santiago, sin la declaración que había ido a tomar.
“Bustos
se conformó con la explicación que le dí, pero el teniente gobernador, teniente
coronel don Gabino Ibáñez, que acababa de ser restituido a su empleo, se
aferraba en que otras personas del vecindario habían tomado parte en la
conspiración, y exigía que, sin embargo de la sentencia, declarase el reo sus
cómplices. Sin embargo de haber sostenido yo la opinión contraria, venció
en el ánimo de Bustos el modo de pensar de Ibáñez, y a las once de la noche
recibí orden de trasladarme muy temprano, con un secretario, a la chacarilla de
los dominicos, donde ya debía estar Borges. Tuve que conformarme, y
serían las seis de la mañana cuando llegué al lugar en que debía ser el
suplicio de aquel desgraciado jefe. El comandante Lamadrid me salió al
encuentro para decirme que había llegado esa madrugada con el reo y que
inmediatamente se le había puesto en capilla, con dos horas de término, las que
iban ya a cumplirse. Me pareció cruel y hasta bárbaro turbar los últimos
momentos de un hombre, en aquella situación, con preguntas que si él satisfacía,
comprometían a sus amigos, y si negaba podían conturbar su conciencia.
Por otra parte me constaba que el General en Jefe nada de esto había prevenido,
antes por el contrario, dando por concluida la rebelión, había promulgado una
amnistía. Tomé, pues, sobre mi responsabilidad, y esta vez sin
remisión, porque el declarante iba a desaparecer, evitar la declaración,
y sin bajarme del caballo, volví las riendas para la ciudad de donde acababa de
salir.
“Cuando
llegué a la chacra de Santo Domingo estaba ya designado el lugar del suplicio, a
unas cuantas varas del rancho que ocupaba el reo, bajo un frondoso algarrobo, a
cuyo tronco estaba atada una mala silla de cuero, que debía de servir de
banquillo. El comandante Lamadrid me dijo que cumplidas ya las dos horas,
el reo iba a ser ejecutado. Cuando me despedí se formaba ya la escolta, y
no había andado ni un cuarto de legua, cuando oí la fatal descarga.
Borges murió con entereza y protestando contra la injusticia de su sentencia y
la no observancia de las formas, pero con los sentimientos religiosos y
cristianos.
“Antes
de una hora estuve en Santiago y en casa de Bustos, a quien di cuenta de lo
sucedido. Manifestó por ello la más cumplida indiferencia; no así Ibáñez,
quien, a pesar de nuestra relación de amistad, reprobó mi procedimiento, lo que
dio lugar a acaloradas disputas. Mas no fue este el único punto en que
discordó, como lo voy a referir.
“El
mismo día llegó el parte de haber sido detenidos y presos en Ambargasta,
jurisdicción también de Santiago, Gonsebat y Lugones, que muy luego llegarían a
la ciudad. Al primero no lo conocía yo, pero el segundo era oficial de mi
regimiento, y había sido antes de mi compañía; había sido también mi particular
amigo, aunque en el tiempo precedente se hubiesen resfriado nuestras
relaciones, por efecto de esas ideas anárquicas que empezaban a fermentar en su
cabeza.
“A
más del interés que me inspiraba Lugones, mis principios y mi corazón me hacían
desear que no se derramase más sangre. Creí, pues, que debía hacer algo
para detener el golpe terrible que lo amenazaba, cuya gracia naturalmente sería
extensiva a los otros exceptuados. Me llegué al coronel Bustos a rogarle
con el mayor encarecimiento, que al dar cuenta de la prisión de Lugones, lo
recomendara al General, y me empeñé con los comandantes Lamadrid y Morón para
que me secundasen en mi solicitud. El coronel Bustos me lo prometió, y
estoy persuadido de que lo hizo; el hecho fue que Lugones perdió su empleo,
quedando destinado a servir como “aventurero” en el ejército, y subsistió así
por algún tiempo, quedando al fin, de nuevo, en su clase; siendo ésta la única
pena a que se le condenó. Gonsebat y Montenegro salvaron también sus
vidas a costa de algún tiempo en prisión y privación de sus empleos.
“El
general Belgrano no debió arrepentirse de la indulgencia con que trató a los
últimos, siéndome sensible no poder decir lo mismo de la sentencia (si puede
llamarse sentencia un decreto de muerte, sin juicio, sin forma alguna y sin oír
al reo) precipitada que hirió a Borges. ¿Creyó acaso el General que la
demora de la ejecución, podía dar motivos a nuevas turbaciones? No lo sé;
pero si así fuese se equivocó completamente, pues la rebelión estaba tan
terminada, como el caudillo había sido arrestado por sus mismos paisanos y en
el mismo teatro de sus aspiraciones. De cualquier modo, nunca podía
faltar tiempo para que se juzgase sumariamente y se oyesen sus
descargos. Lo singular es que el General, que tanto predicaba la
obediencia y la observancia de las leyes, las violase invocándolas, sin que
ninguna autoridad superior le hiciese cargo”.
Borges,
en cumplimiento de las órdenes de Belgrano, y sin juicio previo ni defensa, fue
fusilado el 1º de enero de 1817.
Manuel Belgrano |
Su
esposa era Catalina de Medina y Montalvo, con la que tuvo un hijo: Juan
Francisco Segundo Borges, que años más tarde llegaría a ser gobernador de su
provincia.
Juan
Francisco Borges hoy es reivindicado en su provincia natal como uno de los
precursores del federalismo nacional.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Paz, José María – Memorias póstumas – Tomo I – Campañas de la Independencia.
Tagliotti, Guillermo José – Semblanza santiagueña.
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