José María da Silva Paranhos
A los catorce días del mes de
diciembre de mil ochocientos cincuenta y siete, en esta ciudad del Paraná,
reunidos con la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores los
Plenipotenciarios de la Confederación Argentina, doctores Don Santiago Derqui y
don Bernabé López, y el Plenipotenciario de S.M. el Emperador de Brasil,
Consejero José María da Silva Paranhos, acordaron consignar por escrito el
resultado de sus conferencias, sobre los medios que sus respectivos Gobiernos deben
emplear para obtener de la República del Paraguay una solución satisfactoria de
las cuestiones pendientes, que dicen respecto a la navegación fluvial común así
como las declaraciones que en nombre de uno y otro Gobierno hicieron los mismos
Plenipotenciarios, presuponiendo el caso de que se haga inevitable la guerra
para conseguir aquel fin que tanto interesa a los dos países y a la
civilización y comercio en general.
Fue acordado al mismo tiempo, que
este documento se deberá conservar en la más completa reserva y es destinado
solamente para dar a conocer a los dos Gobiernos cuáles son las circunstancias
y disposiciones que se halla uno y otro para con la República del Paraguay de
cuenta que, en cualquier caso puedan mutuamente juntarse todos los buenos
oficios propios de las benévolas y estrechas relaciones que tan felizmente
existen entre ellos y los pueblos cuyos destinos presiden.
Siendo una obligación contraída
por el Imperio del Brasil y la Confederación Argentina, en los Convenios de
Alianza de 1851, confirmada y de nuevo estipulada en el Tratado de 7 de marzo
de 1856, y en la Convención fluvial de 20 del mes de noviembre del presente
año, la invitación y empleo de todos los medios al alcance de cada uno de los
dos Gobiernos para que los otros Estados ribereños y especialmente la República
del Paraguay, adhieran a los mismos principios de libre navegación así como a
los medios de hacerlos efectivamente útiles, acordaron dichos
Plenipotenciarios:
1º) En que el Gobierno de la
Confederación Argentina fundándose en las sobredichas estipulaciones y en las
condiciones especiales que existen entre él y el de la República del Paraguay,
por el tránsito libre de que goza la bandera Paraguaya en las aguas del Paraná,
pertenecientes a la misma Confederación y por el Tratado de 29 de julio de
1856, reclamara de dicha República que por su parte abra el Río Paraguay a
todas las banderas y adopte en relación al tránsito común las franquicias y
medios de Policía y fiscalización que son generalmente empleados y se hallan
estipulados en la Convención fluvial de 20 de noviembre entre la Confederación
y el Imperio del Brasil.
2º) En que el Gobierno de la
Confederación así como el del Brasil mantendrán dicha reclamación con el mayor
empeño posible, quedando sin embargo libre a cada uno de ellos el cuidar que
sus reclamaciones lleguen al punto de salir de las vías diplomáticas y
comprometer el estado de paz en que se hallan con aquel Estado vecino, visto
que el Gobierno de la Confederación y el Imperial no están aún de acuerdo sobre
la hipótesis del recurso a la guerra.
3º) En que, para hacer posible
como tanto desean ambos Gobiernos una solución pacífica de las cuestiones
pendientes con la República del Paraguay, respecto de la navegación fluvial,
podrá uno y otro dejar de insistir sobre la concesión general y limitar en
último caso sus reclamaciones, á que el Gobierno Paraguayo, garanta
efectivamente toda su libertad de tránsito á sus respectivas banderas, según
los medios indicados en la Convención fluvial de 20 del mes de noviembre del
presente año, invocando cada Gobierno su derecho perfecto á ese libre tránsito,
en vista de los tratados vigentes entre ellos y el de aquella República.
4º) En que, la reclamación del
Gobierno de la Confederación, será hecha de un modo que coincida con la misión
especial que el Gobierno de S.M. el Emperador del Brasil envía ahora a la
República del Paraguay con la reclamación que en el mismo sentido y al mismo
tiempo dirija el Gobierno del Estado Oriental del Uruguay.
Así metía la cola el diablo inglés…
Como esos cubos que se encajan
uno dentro del otro, Brasil quedaba incluido dentro del cubo mayor de la
política británica. Mitre, a su vez,
sería el cubo menor de la diplomacia brasileña, como lo denunciaría el mismo
capitán Richard Burton.
Mitre y su clase no entraron en
guerra, ni engañados ni ingenuamente.
Este general de libras y rendiciones, sabía que si la guerra se
declaraba “…. Sería un hecho inaudito en la América del Sur, el más inmoral que
recuerde la historia moderna. Nada tiene
que reclamar la Confederación en cuanto a la libre navegación del río
Paraguay. Por lo que respecta a la
cuestión de fronteras, no está en el interés de las Repúblicas del Plata
auxiliar al Brasil en su política invasora del territorio ajeno, traicionando
la causa de la República del Paraguay, nuestro antemural contra las
pretensiones exageradas del Brasil; y sería también traicionar nuestra propia
causa, cuando más adelante puedan surgir cuestiones análogas entre el Brasil y
la República Argentina”.
Bartolomé Mitre
Esto lo sostenía Mitre en contra
de Urquiza, cuando sospechaba que se estaba por firmar el Protocolo de Paraná
del 14 de diciembre de 1857, que concertaba la alianza entre el Brasil y la
Confederación, para atacar al Paraguay.
Los discursos y las palabras del general, se aclaran políticamente en su
contexto histórico. Extraer de esta cita
de Mitre, un sentido definitivo acerca de una posición suya favorable al
Paraguay, resultaría hermenéuticamente incorrecto e históricamente falso. Aún los mismos representantes de Urquiza, en
el artículo 4º del Protocolo de Paraná, habían manifestado: “La guerra teniendo
sólo por fin la libre navegación del Paraguay en la que el interés de la
Confederación es secundario y remoto por su actual falta de comercio en
aquellas direcciones, no sería popular en su país, no justificaría al Gobierno
Argentino ante la opinión pública nacional de abandonar la política
contemporánea que se ha prescripto hasta hoy, a pesar de los graves perjuicios
que resultan del deplorable sistema en que insiste el Gobierno Paraguayo.
“…Que una alianza de los dos
Estados para trazar sus fronteras con el Paraguay, Estado más débil que
cualesquiera de ellos, sería odiosa y podría comprometer seriamente los resultados
que ambos se prometan obtener”.
Al firmarse el Protocolo de
Paraná, de 14 de diciembre de 1857, Paranhos pronunció el “significativo
brindis” siguiente: “Deseo ver realizada la más estrecha unión entre el Imperio
y la Confederación, y que la gloria de Caseros no sea la única gloria adquirida
en común por el Brasil y la Nación Argentina”.
En una “confidencial” de José
Manuel Estrada a Wenceslao Paunero, del 24 de diciembre de 1868, se aclara:
“…El Gobierno de Urquiza que por 1857 cortejaba al Brasil para traerlo a una
alianza contra Buenos Aires y obtener empréstitos, sin los cuales no podía
hacer lo que él llamaba la guerra de reconstrucción, ajustó en ese año un
tratado con el señor Paranahos en que se comprometía a entregar los esclavos
que fugasen del Brasil”. Este tratado
era, efectivamente, otro de los firmados en Paraná en aquella ocasión. Los “objetivos” de Urquiza eran exactamente
los descriptos. Por eso, dice
acertadamente, Pelham Horton Box “… en los acuerdos entre el Brasil, la Confederación
Argentina y el Uruguay, de 1856 y 1857, vemos ya el bosquejo de la Triple
Alianza de 1865”.
Justo José de Urquiza
Mitre participaría de la guerra,
a pesar de la posición sostenida públicamente en 1857, porque con ella
consolidaba su alianza política con el Imperio del Brasil y aseguraba su
triunfo sobre los federales. Con la
alianza, por otra parte, se continuaba el ciclo iniciado con Urquiza, de
dependencia financiero-política, con respecto al Brasil, es decir de
Inglaterra.
El precio de la tranquilidad
“represiva” del interior provinciano, había sido regulado, previamente por
Baring Brothers, Rothschild y el Foreign Office. En la Argentina, la clase ganadera,
“exportadora-importadora”, urgía a Bartolomé Mitre. El periódico de Melchor Rom –director de la
Bolsa de Comercio y uno de los representantes eminentes de esa clase- soñaba
con la apropiación del tabaco y la yerba guaraníes. Su imaginación de especulador económico,
haría que las tierras paraguayas fueran recorridas, en sus sueños, por ganado
bonaerense.
Seducidos por la retórica
mitrista, sublimación coincidente de sus intereses de clase, los jóvenes
“autonomistas” y “nacionalistas”, de raíz aristocrática, se enrolarían
voluntariamente, comandados por sus profesores de filosofía, para acabar con la
“barbarie” paraguaya. “Al triunfo del
Paraguay –decía “La Nación Argentina” de diciembre de 1864- seguirá para
nosotros el reinado de la barbarie (…)
Como argentinos pues, y como enemigos de la barbarie y de la dictadura,
deseamos que, si el gobierno paraguayo lleva adelante la guerra sea derrotado
por el Brasil (…) nadie puede dudar de la situación que nos espera si triunfa
el Paraguay”.
Después de Curupaytí, los
“nacionalistas” de Mitre, serían sustituidos por mercenarios pagos o por los
desocupados. Los mercenarios eran
europeos, contratados por Hilario Ascasubi en Francia. Los enganches se hacían en Marsella y
Burdeos. Centenares de hombres, eran
embarcados mensualmente en buques de la “Societé General des Transport
Maritime”. Los contratos eran
acompañados por un certificado médico de salud de los mercenarios, y la
declaración de dos testigos, que acreditaba que aquéllos sabían manejar
armas. Todas las formalidades eran
cumplidas en el Consulado Argentino, de Marsella o Burdeos. Los desocupados argentinos, a su vez, eran
hombres que, destruidas por el libre cambio las tareas del artesanado e
industria florecidas con Juan Manuel de Rosas, se veían angustiados y sin
trabajo, obligados a buscar ocupación “militar”.
Todos ellos irían a realizar en
tierra guaraní el sangriento plan británico.
El Uruguay, convertido en
apéndice político de la diplomacia brasileño-mitrista, luego de su derrota
nacional, participaría a través de Venancio Flores en la guerra. Los 5.000 hombres que enviará a la muerte,
justificarán el aumento geométrico de su deuda pública, debido a los
“esfuerzos” comedidos del Barón de Mauá y los banqueros londinenses. La convención de 12 de octubre de 1851, había
determinado que la República Oriental del Uruguay se obligaba a aplicar al pago
de la deuda brasileña todos sus recursos.
Pero, de esta obligación se había excluido, a petición del propio
Brasil, los empréstitos que el Uruguay había obtenido en Londres. Esta exigencia se repetiría en el protocolo
de 1867, y demuestra concluyentemente la dependencia total de la Banca
brasileña con respecto a la inglesa. Los
créditos del Imperio del Brasil, eran en realidad, créditos británicos, que no
podían ser saldados con dinero inglés.
León de Palleja, expresaría –a pesar de su cargo de oficial aliado-, el
auténtico pensamiento uruguayo: “No fui partidario de ésta (guerra); todos
saben mis ideas a este respecto, más, considero una guerra estúpida, la que
hagan entre sí orientales y paraguayos.
Naciones de un origen y de causas idénticas; aunque por distintos
medios, están destinadas a mantener una política común y a ser hermanas y no
enemigas…”
La guerra parecía un hecho
irracional, pero es que el mundo vivía la transformación de la exportación de
mercaderías, en exportación de capitales, y América del Sud era la víctima
propicia de esa transformación, profundamente “racional” para los intereses británicos.
Algodón, libre navegación,
empréstitos, límites, ganancias comerciales, destrucción industrial, poder
político, ambición y temor, signaron la guerra de la Doble Alianza, entre el
Capital Financiero y las oligarquías locales.
Drama de personajes americanos, con un protagonista y autor oculto:
Inglaterra, puesta en evidencia, a través de los pocos rastros dejados en su
letal paso.
Frente a este plexo de intereses
y relaciones, el pueblo paraguayo, con su estadista al frente. El pueblo armado, defendiendo su libertad
económica, su tarifa proteccionista, su cierre de los ríos, su producción
agraria, su industria, su ferrocarril, su telégrafo.
Pero por sobre todo, el Paraguay
soberano, defendiendo el equilibrio del Río de la Plata, es decir la “Unión
Americana”, frente al ataque preparado por la potencia extranjera.
Anticipando lo que ocurriría,
Rosas le había escrito a Carlos Antonio López una decena de años atrás: “que
hacía votos por su felicidad y para que Dios lo conserve sin admitir extranjeros,
que son malas langostas”.
Felipe Varela, realizador del
“Sistema Americano” diría de la Guerra, en un efímero momento de tregua: “… La
guerra con el Paraguay era un acontecimiento ya calculado, premeditado por el
Gral. Mitre (…) Las provincias argentinas,
empero, no han participado jamás de estos sentimientos, por el contrario, esos
pueblos han contemplado gimiendo, la deserción del Presidente, impuesto por las
bayonetas, sobre la sangre argentina, de los principios de la Unión Americana,
en los que han mirado siempre la salvaguardia de sus derechos y de su libertad,
arrebatada en nombre de la justicia y de la ley”.
Y ese pensamiento sería el eco
fraternal de la alta expresión patriótica paraguaya, sintetizada en la doctrina
del equilibrio del Río de la Plata, que Francisco Solano López proclamara, con
justo orgullo ante todo su pueblo.