Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845),
primer batalla de la Guerra del Paraná
Guizot, en
su diario “Journal des Débats”, anuncia que la escuadra se reforzará “para
Obligar a Rosas a terminar la guerra”.
Francia, con sus treinta y cuatro millones de habitantes e Inglaterra
con sus veinticinco millones van a luchar contra un millón de argentinos, de
los cuales sólo hay trescientos mil en la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, no hay que desanimarse.
San Martín,
desde Nápoles, escribe al comerciante inglés Jorge F. Dickson –poco después,
nuestro cónsul en Londres- una carta fechada el 28 de diciembre de 1845 y que
es publicada el 12 de febrero de 1846 en el Morning Chronicle.
“Diré a
Usted, según mi íntima convicción –le expresa el general San Martín- que los
dos estados interventores, por los medios coercitivos que hasta el presente han
empleado, no conseguirán el objeto que se han propuesto, es decir, la
pacificación de las riberas del Plata.
La injerencia de estas dos naciones europeas en las contiendas
interiores de los nuevos estados sudamericanos, no hará otra cosa que prolongar
por un tiempo indefinido los males que tratan de evitar… Bien sabida es la firmeza de carácter del
jefe que preside a la República Argentina; nadie ignora el ascendiente que
posee en la vasta campaña de Buenos Aires y el resto de las demás provincias
interiores; y, aunque no dudo que en la capital tenga un número de enemigos
personales…, el bloqueo no tiene, en las nuevas repúblicas de América, la misma
influencia que en Europa. Sólo afectará
un corto número de propietarios, pero a la masa del pueblo le será bien
indiferente su continuación… Aunque se
apoderen de Buenos Aires… como el primer alimento del pueblo y casi único es la
carne, y (como) es sabido con que facilidad pueden retirarse todos los ganados
en pocos días a muchas leguas de distancia, como también las caballadas y todos
los medios de transporte, y formar un desierto imposible de ser atravesado por
una fuerza europea, (esta) correría un gran peligro, y, tanto más cierto, cuanto mayor fuese su número… Con siete u ocho mil hombres de caballería
del país y veinticinco o treinta piezas de artillería volante –fuerza que con
gran facilidad puede mantener el general Rosas- son suficientes para tener en
un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, y también para impedir que un
ejército europeo de veinte mil hombres salga a más de treinta leguas de la
capital, sin exponerse a una ruina completa por falta de recursos”.
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Gral San Martín |
Luego le
escribe a Rosas dos cartas, el 11 de enero y el 10 de mayo de 1846. En ellas le dice: “Excmo. Sr. Capitán
General, Presidente de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas. Mi apreciable general y amigo: Me hubiera
sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios, como lo hice a
Usted en el primer bloqueo por la Francia, lo que demostraría que en la
injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia contra
nuestro país, este tenía aún un viejo defensor de su honra y de su
independencia; pero, ya que el estado de mi salud me priva de esta
satisfacción, por lo menos me complazco de manifestar a Usted estos
sentimientos, así como mi confianza no dudosa del triunfo de la justicia que
nos asiste… Ya sabía la acción de
Obligado. Los interventores habrán visto
qué son los argentinos. A tal proceder,
no nos queda otro partido, que cumplir con el deber de hombres libres, sea cual
fuere la suerte que nos depare el destino…
Mi íntima convicción es que todos los argentinos deben persuadirse del
deshonor, que recaerá sobre nuestra patria, si las naciones europeas triunfan
en esta contienda que, en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de
nuestra emancipación de la España.
Convencido estoy de esta verdad, (y sepan) nuestros compatriotas que, la
patria tiene aún un viejo servidor, cuando se trata de resistir a la agresión
más injusta de que haya habido ejemplo”.
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Vuelta de Obligado |
Los barcos
del convoy aliado, destruidas a martillazos las cadenas –después de cuarenta
días de reparaciones- continúan río arriba, reducidos ahora a seis unidades de
guerra y cuarenta y cuatro mercantes de los noventa y tres que formaban la
expedición invasora. El 9 de enero de
1846 son cañoneados en el paso del Tonelero, junto a Ramallo, y en Acevedo, al
sur de San Nicolás; y el 16, desde las Barrancas de San Lorenzo al norte de
Rosario, se completa el ataque. Con
ingentes dificultades llegan a Corrientes, donde la negociación comercial, por
falta de dinero, fue un fracaso. Al
pasar por la ciudad de Paraná, rindieron honores a las autoridades entrerrianas
el 25 de mayo, y cargaron y descargaron mercaderías por cuenta de Urquiza, que
actuaba como si perteneciera a un estado neutral, y de paso se enriquecía
comerciando con los enemigos. A su
vuelta son atacados, al norte de San Lorenzo, en el Quebracho, el 4 de junio de
1846. Siete barcos son incendiados y
otros debieron arrojar sus cargas de mercaderías al agua. Los agresores tuvieron sesenta muertos. “Los criollos enloquecieron a los gringos,
que no sabían donde meterse”.
Así terminan
las operaciones en el Paraná con el triunfo del pueblo argentino; mientras los
intrusos interventores incendian, en represalia, barcos neutrales en el puerto
de la Ensenada y en Atalaya de la costa bonaerense, el 21 y el 29 de abril.
Para
perpetua memoria del valor argentino fueron colocadas cuatro placas en la
ribera derecha del río Paraná, a la altura de la Vuelta de Obligado de la
estancia de don Plácido Obligado; después de casi noventa años de esta gloriosa
acción.
En el
monolito de la batería de la barranca, las tres inscripciones dicen:
“El Centro
Naval, a los valientes que derramaron su sangre para cerrar el Paraná a las
naves invasoras – 1934”.
“Homenaje
del Círculo Militar a los camaradas del ejército, muertos en defensa del honor
nacional en la Batalla de Obligado – 1845 – 20 de noviembre – 1934.
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Monumento a la Vuelta de Obligado |
En el mojón,
donde estaban amarradas las cadenas, -cuyas reliquias allí se conservan- se
halla la siguiente inscripción: “Batalla – La Vuelta de Obligado. Por decreto del Poder Ejecutivo de la Nación
Argentina, el Ministerio de Obras Públicas, a solicitud del Instituto de
Investigaciones Históricas, Juan Manuel de Rosas, ha ejecutado esta obra de protección
y embellecimiento para conservar esta reliquia histórica, en que se amarraron
las cadenas que atravesaban el río; y en homenaje a los heroicos defensores,
que en un gesto radiante de sacrificio, ofrendaron sus vidas en defensa de la
Soberanía Nacional. 1845 – 20 de
noviembre – 1940”.
El ministro
inglés, Robert Peel, después del desastre del operativo aliado en el Paraná, y
de la piratería ejercida en las poblaciones sobre el río Uruguay, se vio
obligado a declarar que los plenipotenciarios se habían excedido en sus
atribuciones y los hace responsables de los actos de barbarie que han
ocurrido. El ministro francés, Francois
Guizot, afirma, a su vez, que Francia se metió, porque no le convenía que
hubiera una intervención a la que ella quedase extraña, tanto más que el
gobierno de Rivera ha sido: “establecido para nosotros y, en cierto modo, por
nosotros”.
Louis
Adolphe Thiers, a su vez, confiesa en “Le Constitutionel” del 16 de mayo de
1846: “Los argentinos (unitarios emigrados) y los orientales (riveristas) eran
nuestros aliados. Por lo tanto Francia
debía resguardar sus derechos, porque habían recibido nuestros subsidios y habían
obrado de concierto con nuestra escuadra”.
El gobierno
inglés resuelve concluir la intervención y convence al francés hacer lo mismo,
y designan de común acuerdo al agente Thomas Samuel Hood. Por otra parte, el gobierno de Estados Unidos
había desaprobado enérgicamente la conducta de Francia y de Inglaterra.
Manuel
Moreno, en nombre del gobierno argentino, presentó en Londres una formal y
enérgica protesta, el 3 de diciembre de 1845, exigiendo una condigna reparación
por los agravios inferidos al honor y soberanía de la Confederación Argentina;
mientras se desataba en Gran Bretaña una casi unánime campaña periodística
condenando la intervención anglo francesa en el Río de la Plata. Acorralado por todos, lord Aberdeen ordenó a
Ouseley, el 4 de marzo de 1846, “el retiro inmediato e incondicional de la
escuadra” y llamar severamente la atención al capitán Charles Honthan por haber
mandado buques de guerra al Paraná en un “acto de agresión”.
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Manuel Moreno |
La energía
de Rosas en defender la Soberanía Nacional obtuvo al fin la victoria; e
Inglaterra optó por sacrificar sus pretensiones, buscando por otros medios
pacíficos la expansión de su comercio.
Hood llegó a Buenos Aires el 3 de julio de 1846. Rosas se avino a un acuerdo conciliatorio en
sus conversaciones con Hood del 20 al 28 de julio, exigiendo el levantamiento
del bloqueo anglofrancés. Pocos días
después de su arribo, Hood propone: Suspensión de hostilidades en el Uruguay;
desarme de las legiones extranjeras y retiro de las tropas argentinas;
levantamiento del bloqueo, evacuación de la isla Martín García, devolución de
los buques argentinos, saludo de veintiún cañonazos a nuestro pabellón,
reconocimiento de que es interior la navegación del Paraná y que es
argentino-oriental la del Uruguay, proceder a la elección del presidente
uruguayo, decretar la amnistía general y que los interventores retirarían todo
apoyo a Montevideo si rehusaba a aceptar la paz.
“Con aquella
su política de resistencia, diestra, grande y viril”, Rosas se impuso; al decir
de Estanislao Zeballos en el congreso nacional en la sesión del 6 de diciembre
de 1915.
Después de
este gran triunfo de Rosas, se requirió la aceptación del gobierno de
Montevideo; pero éste rechazó el convenio, y los mediadores Ouseley y el Barón
Deffaudis rompieron relaciones con Hood, y, el 13 de setiembre, lo despidieron
para Londres. O sea, los ministros
plenipotenciarios de Inglaterra y Francia expulsan al enviado especial de sus
respectivos gobiernos.
Las
negociaciones se hallaban, en un principio, bien encaminadas; pero Rivera, y
sobre todo el francés Deffaudis, obstaculizaron el convenio definitivo sobre
las bases del propuesto por Hood.
Entonces Hood comunica a Rosas el 31 de agosto de 1846: “En este estado
de los negocios parece inevitable: o que Usted abandone generosamente el
derecho que ha adquirido, y que había sido admitido como prueba de justicia en
estricto acuerdo con los deseos de lord Aberdeen, o que las proposiciones deban
inevitablemente remitirse a Inglaterra y a Francia para una conformidad de
instrucciones”.
El 6 de
setiembre contestó Rosas a Hood a raíz de la negativa de Deffaudis que aducía
carecer de instrucciones: “Sin instrucciones fue violentamente apresada la
escuadra argentina, sin instrucciones se estableció el injusto bloqueo, sin
instrucciones fue atacada y bombardeada la plaza de la Colonia, sin
instrucciones han sido agredidos nuestros ríos, sin instrucciones buques
ingleses y franceses han conducido una legión extranjera para invadir y saquear
el pueblo de Salto, sin instrucciones ha sido saqueado el pueblo de Gualeguaychú,
sin instrucciones se ha pretendido dividir la nacionalidad argentina y seducir
a los jefes de los pueblos confederados, sin instrucciones se ha dado movilidad
y auxilio al cabecilla Rivera… y ahora dice el señor Deffaudis que le faltan
instrucciones para aceptar la paz”.
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Fructuoso Rivera |
En la lucha
de Rosas contra los correntinos sublevados y apoyados por los paraguayos,
Urquiza –que operaba en la Banda Oriental apoyando a Oribe- recibe órdenes de
Rosas de cruzar el Uruguay y unirse a los coroneles Eugenio Garzón e Hilario
Lagos en Entre Ríos. Cruza el río en el
Hervidero, frente a Concordia, el 15 de enero de 1846, se dirige a Corrientes,
triunfa sobre la retaguardia del ejército aliado en Laguna Limpia, el 4 de
febrero de 1846, y toma preso al general Juan Madariaga, hermano del
gobernador. El gobernador, Joaquín
Madariaga, hace entonces las paces con Urquiza para recuperar a su
hermano. Enterado el general Paz, jefe
del ejército aliado correntino-paraguayo que contaba con la ayuda
anglofrancesa, pretende encabezar una revolución en Corrientes para deponer al
gobernador, pero es destituido de su cargo de director de la guerra el 4 de
abril de 1846 y debió huir al Paraguay, de donde pasará al Brasil.
Paz,
entendido con el francés Deffaudis, quería acabar con Rosas; en cambio Urquiza,
unido con Madariaga, que lo instigaba a la secesión de Entre Ríos y Corrientes,
y entendido también con el inglés Ouseley, que le ofreció doscientos mil
patacones, quería crear la “República de la Mesopotamia”, independiente de la
Confederación Argentina, y que, según la propuesta del Brasil, debía tener como
límite el río Paraná.
Juan
Madariaga recobra su libertad y Urquiza firma con el gobernador, Joaquín
Madariaga, el tratado de Alcaraz, en Entre Ríos, el 15 de agosto de 1846. Por él se puso término a la alianza con el
Paraguay y se disolvió el ejército aliado correntino-paraguayo. Rosas, con todo, desaprobó este tratado por
haberse hecho sin su autorización, en violación del Pacto Federal del Litoral
del 4 de enero de 1831, que regía las relaciones interprovinciales. Al respecto le escribía al general Angel
Pacheco: “Este general Urquiza reconoce el nulo e intruso régimen de
Corrientes, y don Joaquín Madariaga no reconoce ni el legal ni el nacional de
la Confederación”.
Por tales
razones le exige a Urquiza que sustituya tal tratado por el que le remite, que
implicaba el sometimiento de Corrientes.
Urquiza le propone, entonces, a Madariaga que firme sin temor no más el
nuevo convenio, “pero afile su cuchillo –le advierte- para hacerle sentir a
Rosas los efectos de la alianza de las dos provincias”.
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Juan Madariaga |
Además el
tratado de Alcaraz tenía cláusulas secretas que prácticamente anulaban lo
estipulado públicamente.
Los
mediadores anglofranceses, los gobernantes de Montevideo y la Comisión
Argentina de emigrados en el Uruguay hacía tiempo que, por emisarios secretos y
cartas confidenciales, trataban de convencer a Urquiza para encabezar la
sublevación contra Rosas. Ellos
apoyarían al nuevo estado independiente del Litoral, reconociéndolo a él como
jefe político de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe. Echagüe y Mansilla, por su parte, incitaban a
Rosas a romper definitivamente con el traidor Urquiza; pero Rosas aguardaba a que Urquiza
rompiera con los interventores.
Madariaga
firmó el nuevo tratado enviado por Rosas, corrigiendo el de Alcaraz, y
Corrientes reingresa en la Confederación; pero Urquiza ha transgredido la
jerarquía; pues un simple gobernador, no puede hacer tratados por su cuenta, ni
intervenir entre el gobierno nacional y una provincia rebelde; y Rosas ordena,
entonces, que ataque a Madariaga.
La misión de
Hood en Buenos Aires hizo fracasar el plan de segregación de la
Mesopotamia. Los coroneles correntinos
Nicanor Cáceres y Benjamín y Miguel Virasoro se pasan a los federales.
Se reanuda
la guerra. Urquiza se trenza con el
ejército correntino y obtiene la victoria del potrero de Vences, el 27 de
noviembre de 1847, deshaciendo por completo las fuerzas de Madariaga. El degüello de jefes, oficiales y soldados
prisioneros, que siguió a la batalla, fue horrible. Murieron cerca de dos mil. De esta manera se impuso definitivamente
Urquiza como el dominador indiscutido del Litoral. El congreso provincial de Corrientes depone a
Madariaga, nombra gobernador al federal Benjamín Virasoro y, el 29 de diciembre
de 1847, el gobernador dio una proclama “reincorporando Corrientes a la
Confederación Argentina”.
También
Urquiza pretende hacer las paces con Oribe y el gobierno de Montevideo,
proponiendo la mediación el 18 de noviembre de 1846. Esto disgusta a Rosas más que el tratado de
Alcaraz. Lo considera como una nueva
violación del Pacto Federal de 1831, como un reconocimiento del gobierno ilegal
de la Banda Oriental; como una reducción del conflicto a una cuestión puramente
uruguaya, desconociendo los derechos de
beligerante que tiene el gobierno argentino; y sobre todo como un crimen, al
atreverse a ejercer facultades que a él sólo le corresponden, como encargado de
las relaciones exteriores de la Confederación.
Además lo tiene como un derrotista, pues Urquiza ha dicho que “los
extranjeros nos van a aniquilar”; y cree Rosas que esta actitud de Urquiza, ha
influido para el rechazo de las negociaciones de Hood por parte de Ouseley y
Deffaudis.
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Justo José de Urquiza |
“Un general
argentino y gobernador de una provincia dirime una guerra contra su patria, con
prescindencia de la autoridad encargada de hacerlo; reconoce la legalidad del
gobierno de Montevideo –que era precisamente la causa de la guerra- y ordena
por su cuenta la suspensión de hostilidades”.
A fines de
1846 y principios de 1847 continúa la guerra devastadora en la Banda Oriental
del Uruguay, financiada escandalosamente por los mediadores pacíficos. Oribe
derrota varias veces a Rivera y a su aliado Garibaldi, ahora general
uruguayo. Oribe, con los blancos
orientales y sus auxiliares argentinos, triunfa el 8 de enero de 1847 en Salto,
el 27 en Mercedes, el 3 de febrero en Carmelo y el 24 de marzo en
Maldonado. Mientras tanto Rivera ha
saqueado Paysandú con la ayuda de la escuadra francesa; luego quiere hacer las
paces con Oribe; y, al fin, el mismo gobierno, disgustado de él, lo toma preso
y lo deporta al Brasil, el 3 de marzo de 1847.
Rivera,
apoyado por los buques de guerra franceses, tomó la ciudad de Paysandú el 25 de
diciembre de 1846, masacrando a sus defensores.
Sus desgraciados habitantes desaparecieron bajo las ruinas de sus
hogares, después de haber presenciado, en el incendio, saqueo y pillaje, los
actos más brutales y sacrílegos.
Cansados de
sangre y miseria, todos los orientales quieren la paz, pero no puede hacerse
porque no conviene a los extranjeros, que dominan la ciudad: los mediadores
pacíficos, los
almirantes, los legionarios franceses, Garibaldi y su turba de saqueadores,
Florencio Varela y los emigrados argentinos, y los cuatrocientos orientales que
les sirven. Pero el resto, o sea, el
país entero, está con Oribe.
Oribe, en
las faldas del Cerrito, ha fundado la Villa Restauración, hoy La Unión, populoso barrio de la actual Montevideo. Allí van llegando las adhesiones de todos los
departamentos del Uruguay, refrendadas por millares de firmas, que expresan el
clamor del pueblo que no quiere más guerra.
Andrés
Bello, el gran venezolano, educador y literato, internacionalista y
codificador, una de las cumbres de la cultura hispanoamericana, manifiesta, en
1847, al embajador argentino en Santiago de Chile: “La conducta de Rosas, en la
gran cuestión americana, le coloca en uno de los lugares más distinguidos entre
los grandes hombres de América”.
Juan
Bautista Alberdi, al publicar ese año el libro “La República Argentina treinta
y siete años después de la Revolución de Mayo”, dice al hablar de Rosas:
“Bolívar no ocupa tanto el mundo con su nombre como el actual gobernador de
Buenos Aires… Los Estados Unidos no
tienen hoy un hombre público más espectable que el general Rosas… El nombre de Washington es adorado en el
mundo, pero no más conocido (que el de Rosas, de quien) se habla popularmente
de un cabo al otro de América… No hay
lugar en el mundo en donde se ignore su nombre… ¿Qué orador, qué escritor
célebre del siglo no le ha nombrado, no ha hablado de él muchas veces? ¿Cuál es la celebridad parlamentaria de esta
época que no se haya ocupado de él?…” Y
termina diciendo: “El primer partido de América, que ha repelido a los Estados
de Europa, es el de Rosas”.
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Juan Manuel de Rosas |