jueves, 13 de diciembre de 2012

14 de diciembre de 1857: El nefasto Protocolo de Paraná





 

 José María da Silva Paranhos



A los catorce días del mes de diciembre de mil ochocientos cincuenta y siete, en esta ciudad del Paraná, reunidos con la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores los Plenipotenciarios de la Confederación Argentina, doctores Don Santiago Derqui y don Bernabé López, y el Plenipotenciario de S.M. el Emperador de Brasil, Consejero José María da Silva Paranhos, acordaron consignar por escrito el resultado de sus conferencias, sobre los medios que sus respectivos Gobiernos deben emplear para obtener de la República del Paraguay una solución satisfactoria de las cuestiones pendientes, que dicen respecto a la navegación fluvial común así como las declaraciones que en nombre de uno y otro Gobierno hicieron los mismos Plenipotenciarios, presuponiendo el caso de que se haga inevitable la guerra para conseguir aquel fin que tanto interesa a los dos países y a la civilización y comercio en general.

Fue acordado al mismo tiempo, que este documento se deberá conservar en la más completa reserva y es destinado solamente para dar a conocer a los dos Gobiernos cuáles son las circunstancias y disposiciones que se halla uno y otro para con la República del Paraguay de cuenta que, en cualquier caso puedan mutuamente juntarse todos los buenos oficios propios de las benévolas y estrechas relaciones que tan felizmente existen entre ellos y los pueblos cuyos destinos presiden.

Siendo una obligación contraída por el Imperio del Brasil y la Confederación Argentina, en los Convenios de Alianza de 1851, confirmada y de nuevo estipulada en el Tratado de 7 de marzo de 1856, y en la Convención fluvial de 20 del mes de noviembre del presente año, la invitación y empleo de todos los medios al alcance de cada uno de los dos Gobiernos para que los otros Estados ribereños y especialmente la República del Paraguay, adhieran a los mismos principios de libre navegación así como a los medios de hacerlos efectivamente útiles, acordaron dichos Plenipotenciarios:

1º) En que el Gobierno de la Confederación Argentina fundándose en las sobredichas estipulaciones y en las condiciones especiales que existen entre él y el de la República del Paraguay, por el tránsito libre de que goza la bandera Paraguaya en las aguas del Paraná, pertenecientes a la misma Confederación y por el Tratado de 29 de julio de 1856, reclamara de dicha República que por su parte abra el Río Paraguay a todas las banderas y adopte en relación al tránsito común las franquicias y medios de Policía y fiscalización que son generalmente empleados y se hallan estipulados en la Convención fluvial de 20 de noviembre entre la Confederación y el Imperio del Brasil.

2º) En que el Gobierno de la Confederación así como el del Brasil mantendrán dicha reclamación con el mayor empeño posible, quedando sin embargo libre a cada uno de ellos el cuidar que sus reclamaciones lleguen al punto de salir de las vías diplomáticas y comprometer el estado de paz en que se hallan con aquel Estado vecino, visto que el Gobierno de la Confederación y el Imperial no están aún de acuerdo sobre la hipótesis del recurso a la guerra.

3º) En que, para hacer posible como tanto desean ambos Gobiernos una solución pacífica de las cuestiones pendientes con la República del Paraguay, respecto de la navegación fluvial, podrá uno y otro dejar de insistir sobre la concesión general y limitar en último caso sus reclamaciones, á que el Gobierno Paraguayo, garanta efectivamente toda su libertad de tránsito á sus respectivas banderas, según los medios indicados en la Convención fluvial de 20 del mes de noviembre del presente año, invocando cada Gobierno su derecho perfecto á ese libre tránsito, en vista de los tratados vigentes entre ellos y el de aquella República.



4º) En que, la reclamación del Gobierno de la Confederación, será hecha de un modo que coincida con la misión especial que el Gobierno de S.M. el Emperador del Brasil envía ahora a la República del Paraguay con la reclamación que en el mismo sentido y al mismo tiempo dirija el Gobierno del Estado Oriental del Uruguay.



Así metía la cola el diablo inglés…



Como esos cubos que se encajan uno dentro del otro, Brasil quedaba incluido dentro del cubo mayor de la política británica.  Mitre, a su vez, sería el cubo menor de la diplomacia brasileña, como lo denunciaría el mismo capitán Richard Burton.


Mitre y su clase no entraron en guerra, ni engañados ni ingenuamente.  Este general de libras y rendiciones, sabía que si la guerra se declaraba “…. Sería un hecho inaudito en la América del Sur, el más inmoral que recuerde la historia moderna.  Nada tiene que reclamar la Confederación en cuanto a la libre navegación del río Paraguay.  Por lo que respecta a la cuestión de fronteras, no está en el interés de las Repúblicas del Plata auxiliar al Brasil en su política invasora del territorio ajeno, traicionando la causa de la República del Paraguay, nuestro antemural contra las pretensiones exageradas del Brasil; y sería también traicionar nuestra propia causa, cuando más adelante puedan surgir cuestiones análogas entre el Brasil y la República Argentina”.


 Bartolomé Mitre


Esto lo sostenía Mitre en contra de Urquiza, cuando sospechaba que se estaba por firmar el Protocolo de Paraná del 14 de diciembre de 1857, que concertaba la alianza entre el Brasil y la Confederación, para atacar al Paraguay.  Los discursos y las palabras del general, se aclaran políticamente en su contexto histórico.  Extraer de esta cita de Mitre, un sentido definitivo acerca de una posición suya favorable al Paraguay, resultaría hermenéuticamente incorrecto e históricamente falso.  Aún los mismos representantes de Urquiza, en el artículo 4º del Protocolo de Paraná, habían manifestado: “La guerra teniendo sólo por fin la libre navegación del Paraguay en la que el interés de la Confederación es secundario y remoto por su actual falta de comercio en aquellas direcciones, no sería popular en su país, no justificaría al Gobierno Argentino ante la opinión pública nacional de abandonar la política contemporánea que se ha prescripto hasta hoy, a pesar de los graves perjuicios que resultan del deplorable sistema en que insiste el Gobierno Paraguayo.

“…Que una alianza de los dos Estados para trazar sus fronteras con el Paraguay, Estado más débil que cualesquiera de ellos, sería odiosa y podría comprometer seriamente los resultados que ambos se prometan obtener”.

Al firmarse el Protocolo de Paraná, de 14 de diciembre de 1857, Paranhos pronunció el “significativo brindis” siguiente: “Deseo ver realizada la más estrecha unión entre el Imperio y la Confederación, y que la gloria de Caseros no sea la única gloria adquirida en común por el Brasil y la Nación Argentina”.


En una “confidencial” de José Manuel Estrada a Wenceslao Paunero, del 24 de diciembre de 1868, se aclara: “…El Gobierno de Urquiza que por 1857 cortejaba al Brasil para traerlo a una alianza contra Buenos Aires y obtener empréstitos, sin los cuales no podía hacer lo que él llamaba la guerra de reconstrucción, ajustó en ese año un tratado con el señor Paranahos en que se comprometía a entregar los esclavos que fugasen del Brasil”.  Este tratado era, efectivamente, otro de los firmados en Paraná en aquella ocasión.  Los “objetivos” de Urquiza eran exactamente los descriptos.  Por eso, dice acertadamente, Pelham Horton Box “… en los acuerdos entre el Brasil, la Confederación Argentina y el Uruguay, de 1856 y 1857, vemos ya el bosquejo de la Triple Alianza de 1865”.


 Justo José de Urquiza





Mitre participaría de la guerra, a pesar de la posición sostenida públicamente en 1857, porque con ella consolidaba su alianza política con el Imperio del Brasil y aseguraba su triunfo sobre los federales.  Con la alianza, por otra parte, se continuaba el ciclo iniciado con Urquiza, de dependencia financiero-política, con respecto al Brasil, es decir de Inglaterra.


El precio de la tranquilidad “represiva” del interior provinciano, había sido regulado, previamente por Baring Brothers, Rothschild y el Foreign Office.  En la Argentina, la clase ganadera, “exportadora-importadora”, urgía a Bartolomé Mitre.  El periódico de Melchor Rom –director de la Bolsa de Comercio y uno de los representantes eminentes de esa clase- soñaba con la apropiación del tabaco y la yerba guaraníes.  Su imaginación de especulador económico, haría que las tierras paraguayas fueran recorridas, en sus sueños, por ganado bonaerense.


Seducidos por la retórica mitrista, sublimación coincidente de sus intereses de clase, los jóvenes “autonomistas” y “nacionalistas”, de raíz aristocrática, se enrolarían voluntariamente, comandados por sus profesores de filosofía, para acabar con la “barbarie” paraguaya.  “Al triunfo del Paraguay –decía “La Nación Argentina” de diciembre de 1864- seguirá para nosotros el reinado de la barbarie (…)  Como argentinos pues, y como enemigos de la barbarie y de la dictadura, deseamos que, si el gobierno paraguayo lleva adelante la guerra sea derrotado por el Brasil (…) nadie puede dudar de la situación que nos espera si triunfa el Paraguay”.


Después de Curupaytí, los “nacionalistas” de Mitre, serían sustituidos por mercenarios pagos o por los desocupados.  Los mercenarios eran europeos, contratados por Hilario Ascasubi en Francia.  Los enganches se hacían en Marsella y Burdeos.  Centenares de hombres, eran embarcados mensualmente en buques de la “Societé General des Transport Maritime”.  Los contratos eran acompañados por un certificado médico de salud de los mercenarios, y la declaración de dos testigos, que acreditaba que aquéllos sabían manejar armas.  Todas las formalidades eran cumplidas en el Consulado Argentino, de Marsella o Burdeos.  Los desocupados argentinos, a su vez, eran hombres que, destruidas por el libre cambio las tareas del artesanado e industria florecidas con Juan Manuel de Rosas, se veían angustiados y sin trabajo, obligados a buscar ocupación “militar”.


Todos ellos irían a realizar en tierra guaraní el sangriento plan británico.


El Uruguay, convertido en apéndice político de la diplomacia brasileño-mitrista, luego de su derrota nacional, participaría a través de Venancio Flores en la guerra.  Los 5.000 hombres que enviará a la muerte, justificarán el aumento geométrico de su deuda pública, debido a los “esfuerzos” comedidos del Barón de Mauá y los banqueros londinenses.  La convención de 12 de octubre de 1851, había determinado que la República Oriental del Uruguay se obligaba a aplicar al pago de la deuda brasileña todos sus recursos.  Pero, de esta obligación se había excluido, a petición del propio Brasil, los empréstitos que el Uruguay había obtenido en Londres.  Esta exigencia se repetiría en el protocolo de 1867, y demuestra concluyentemente la dependencia total de la Banca brasileña con respecto a la inglesa.  Los créditos del Imperio del Brasil, eran en realidad, créditos británicos, que no podían ser saldados con dinero inglés.  León de Palleja, expresaría –a pesar de su cargo de oficial aliado-, el auténtico pensamiento uruguayo: “No fui partidario de ésta (guerra); todos saben mis ideas a este respecto, más, considero una guerra estúpida, la que hagan entre sí orientales y paraguayos.  Naciones de un origen y de causas idénticas; aunque por distintos medios, están destinadas a mantener una política común y a ser hermanas y no enemigas…”


La guerra parecía un hecho irracional, pero es que el mundo vivía la transformación de la exportación de mercaderías, en exportación de capitales, y América del Sud era la víctima propicia de esa transformación, profundamente “racional” para los intereses británicos.


Algodón, libre navegación, empréstitos, límites, ganancias comerciales, destrucción industrial, poder político, ambición y temor, signaron la guerra de la Doble Alianza, entre el Capital Financiero y las oligarquías locales.  Drama de personajes americanos, con un protagonista y autor oculto: Inglaterra, puesta en evidencia, a través de los pocos rastros dejados en su letal paso.

Frente a este plexo de intereses y relaciones, el pueblo paraguayo, con su estadista al frente.  El pueblo armado, defendiendo su libertad económica, su tarifa proteccionista, su cierre de los ríos, su producción agraria, su industria, su ferrocarril, su telégrafo.


Pero por sobre todo, el Paraguay soberano, defendiendo el equilibrio del Río de la Plata, es decir la “Unión Americana”, frente al ataque preparado por la potencia extranjera.


Anticipando lo que ocurriría, Rosas le había escrito a Carlos Antonio López una decena de años atrás: “que hacía votos por su felicidad y para que Dios lo conserve sin admitir extranjeros, que son malas langostas”.


Felipe Varela, realizador del “Sistema Americano” diría de la Guerra, en un efímero momento de tregua: “… La guerra con el Paraguay era un acontecimiento ya calculado, premeditado por el Gral. Mitre (…)  Las provincias argentinas, empero, no han participado jamás de estos sentimientos, por el contrario, esos pueblos han contemplado gimiendo, la deserción del Presidente, impuesto por las bayonetas, sobre la sangre argentina, de los principios de la Unión Americana, en los que han mirado siempre la salvaguardia de sus derechos y de su libertad, arrebatada en nombre de la justicia y de la ley”.


Y ese pensamiento sería el eco fraternal de la alta expresión patriótica paraguaya, sintetizada en la doctrina del equilibrio del Río de la Plata, que Francisco Solano López proclamara, con justo orgullo ante todo su pueblo.

                                               Francisco Solano López