domingo, 13 de enero de 2013

13 de enero de 1941; muere James Joyce








Dicen que la Historia se conjuga con el sudor de las gentes, sus palabras y sus hazañas, anónimas, siempre. Dicen que la Historia es el engaño del tiempo, la jugarreta final del destino, sólo reservada a los más grandes. Dice la Historia que James Joyce nació en Dublín el 2 de febrero de 1882. Hijo del alcoholismo y la pobreza, hijo de la vieja Irlanda, del Dublín gaélico, del olvidado mundo de los gigantes, del tiempo ignoto.

 
Joyce en 1888


Estudió con los jesuitas, recibió premios de poesía (que se gastó en invitar a una gran cena), bebió durante toda su vida, terminó sus días ciego y con varias úlceras... Unos dicen que fue el mejor escritor desde Homero, otros dicen que su pluma está más allá de este mundo, otros dicen que terminó loco, que su escritura es sólo un ejemplo de un hombre esquizofrénico. La Historia habla, y 1922 es la fecha en la que se publicó el libro más famoso del S. XX: Ulises.




James Joyce y Nora Barnacle

Cuentan que Nora (su Penélope) y Joyce se escribían cartas muy subidas de tono, que estaba obsesionado con los fluidos corporales y el sexo, cuentan también que era un ateo profundamente religioso, un hombre culto de pésimo gusto, un irlandés universal.



La Historia, como bien dicen algunos, se escribe con la pluma de los anónimos, con el tenue caminar de Stephen Dedalus, Ajax, Leopold Bloom, Aquiles, Ulises... La Historia cambia el tiempo y convierte lo ignorado en texto, porque son las palabras la fuente última y primera del conocimiento. Más allá, sólo la muerte.
El Dublin de Joyce

James Joyce es el escritor que, viviendo una vida en el exilio, convirtió la vieja Irlanda mítica en un universo estable y cambiante (Ulises), que describió la vida de las gentes de Dublín (Dublineses), que relató su propio nacimiento y condena (Retrato de un Artista Adolescente), que vivió una y mil vidas en el sueño de un beodo (Finnegans' wake).




Hablar del estilo literario de Joyce es intentar describir una nota, impropio. Es el escritor sobre el que se han vertido ríos de tinta, y nadie ha dicho nada. Joyce comparaba el monólogo interior en el último capítulo de Ulises (Penélope) con el fluir de un río, que se entrega en una duermevela al sueño del mundo... El libro, concluye con la palabra más simple y compleja (siempre impropio e inabarcable en cualquiera de las traducciones al castellano): Yes... Soniridad, música de nuevo... Alguien dijo que Ulises era música. El estilo de Joyce es por ello un estilo cambiante, imitativo y nuevo, reflexivo por el mismo nacimiento de la palabra, en su juego eterno.


Precisamente muchos lectores se quedan tan sólo en los juegos de palabras (actitud sin duda promovida por esa caterva de críticos ignorantes, muertos)... Leer a Joyce es entregarse a un mundo nuevo en el que, como bien sugería Cortázar, hay que dejar atrás la propia historia para escribir la Historia. Leer a Joyce es caer en el metalenguaje, la metaliteratura, es sumergirse en el océano profundo de las palabras, hallar un significado nuevo en cada uno de sus significantes, perder la noción del tiempo y encontrar un segundo nuevo, una nota, una escala en cada nuevo capítulo.

Estatua de James Joyce en Dublin


Decenas de críticos trataron de explicar Ulises, cientos de ellos lo han intentado más tarde... Historia, historia...


Joyce comenzó escribiendo poesía (Música de Cámara, 1907). Un libro de poemas de amor. Su siguiente novela, un fresco sobre la vida (Dublineses, 1914), ahonda en el concepto de “epifanía” (procedimiento literario de revelación interior a través de instantáneas de la vida, palabra, imágenes) que más tarde pasaría a llamarse “epiclesis” (forma más desarrollada de la “epifanía”). Dublineses es una colección de relatos, sí, pero es una novela en sí misma con un único personaje: Dublín.



Más tarde, y esbozada anteriormente en Stephen el Héroe, comienza con las aventuras de Stephen Dedalus en Retrato del Artista Adolescente (1916). Surge el verdadero Joyce, cambiante, resultón, expresivo, abnegado, autontemplativo, un torrente verbal de tonalidades cambiantes. Es la historia de un chico, el mismo Joyce, que estudia en los jesuitas, que descubre la ética de Santo Tomás, que mira el mundo de los prostíbulos y desciende hasta el océano de las palabras. Cinco capítulos en los que el lenguaje es un personaje más y se convierte en la expresión del alma del héroe (Stephen Dedalus). El lenguaje evoluciona con el protagonista, cambia, es inocente y vacuo al principio; profundo, filosófico y pedregoso en su desarrollo medio; pasional, etéreo, enamoradizo y vergonzante más tarde; libre y sincero cuando Dedalus llega al final de su camino: Joyce está listo para escribir Ulises.


Ulises (1922) es la obra de un hombre que abandonó Irlanda y es la obra del que jamás la abandonó. Es un retrato de la vida en aquellos principios de siglo (ya pasado, siempre presente), en el que dos personajes (el mismo Stephen Dedalus y Leopold Bloom) conviven a través de las peripecias de un día (bautizado posteriormente “El día de Bloom” o “Bloom's day”), 16 de junio de 1904, día en el que Joyce y Nora (según cuenta la leyenda inspirada en palabras del propio autor) tuvieron su primera y fatídica cita. Ulises narra la vida de estos dos personajes (y en menor medida de la esposa de Bloom, Molly) este día. Mediante procedimientos varios y basado en la estructura de La Odisea (de ahí el nombre de la obra) es un retrato de los pensamientos y acciones de estos dos hombres, imágenes de juventud y madurez del propio Joyce. 

El libro es redundante y nunca repetitivo, nuevo y clásico en su estructura. Cada capítulo ahonda en una función del cuerpo humano y en un órgano, cada capítulo usa un procedimiento literario diferente, cada capítulo es un mundo, y el universo, en dos personajes, en dos culturas, en dos religiones (judía, Bloom, y católica, Dedalus). Se habla del uso del monólogo interior en las clases de literatura. Su uso, con el que concluye la obra, le da la inmortalidad al autor, mientras lo usa sólo como herramienta, una más, en el trabajo de mil procedimientos distintos, aún sin explorar, mil imitaciones de mil autores. Bajo el signo de Ulises está el admirado Ibsen y el propio padre Shakespeare, está Hedda Gabler (Molly Bloom) y Hamlet (Dedalus), está la filosofía aristotélica y está el imperativo categórico. Ulises es el retrato de la vieja Irlanda en su espejo universal, Ulises es el mundo.



“He querido liberar a las palabras de su significado”, decía el propio autor. Finnegans' Wake es el último y más genial de los libros de Joyce. Es la obra de la noche, del sueño, de las palabras sin significado, es la música. Incomprensible desde un punto de vista formal, Joyce deforma hasta el absurdo el lenguaje y lo recompone: Libro escrito en inglés... En español, latín, griego, italiano... Los dialectos son uno, es el lenguaje del hombre, universal, primigenio. El proceso de Ulises de descomposición continúa, se hace más y más profundo... El hombre, esclavo de la cultura, de la Historia, se libera por fin en un sueño desgarrador, explosivo y deformado. Es el sueño de un tabernero, inmoral, más allá de las reglas del lenguaje, de la literatura, de los siglos. Finnegans' wake es una paráfrasis bíblica y cabalística, es la historia de los gigantes míticos de Irlanda y el universo, el intento de un hombre ciego por ver la luz, por describir un mundo que nunca existió a través de la descomposición imposible de las palabras, creando de nuevo el universo, un tapiz sin colores, una nota sostenida.

En cierta ocasión, en un congreso sobre el autor, uno de estos eruditos con gafas y gran nariz dijo la frase definitiva sobre Joyce y Finnegans' wake: “Llevo veinte años estudiando el libro y aún no sé de qué va”.


Sobre un texto de Martín Cid

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