viernes, 4 de enero de 2013

5 de enero de 1867, La Batalla de la Rinconada del Pocito y la Revolución Colorada




Hacia fines de 1866, cuando ya han penetrado en Los Llanos, a través de Córdoba, los montoneros de Ramón Flores, el gobernador mitrista de La Rioja, San Román, envía a su lugarteniente Linares a Chilecito, en observación, ante la amenaza de que Felipe Varela tome los departamentos de Guandacol y Vinchina (La Rioja).

Felipe Varela


Mientras tanto la revolución colorada de Felipe Varela, ya está asegurada en Mendoza, a raíz de la derrota sufrida por las fuerzas porteñistas en San Rafael.  El coronel Juan de Dios Videla entra en San Juan, llevando como Jefe de Estado Mayor de su ejército, al coronel Manuel J. de Olascoaga.  Tiene a Pedro Viñas y al coronel Feliciano Ayala, al mando de las bravas divisiones mendocinas y puntanas.  Son estos hombres los que han “desnacionalizado” la aduana de Mendoza.

Juan de Dios Varela y Felipe Varela
 
Liberaron a los presos de la cárcel, entre los cuales se hallaba el doctor Carlos Juan Rodríguez, un federal sanluiseño a quien Videla hizo nombrar gobernador de Mendoza. En dos días controlaron toda la provincia. Pocos días después derrotaron al coronel Pablo Irrazábal, el asesino de Peñaloza. De allí pasó Videla a la provincia de San Juan, donde derrotó y expulsó al gobernador y ocupó su lugar el 5 de enero de 1867, y enseguida derrotó al coronel Julio Campos, gobernador unitario de la provincia de La Rioja en la “Batalla de  Rinconada del Pocito".

Batalla de la Rinconada del Pocito
 
Juan de Dios Videla le escribe al gobernador revolucionario de Mendoza, el mismo día de la victoria: “Como le anuncié ayer que hoy marchaba sobre el enemigo, lo ejecuté y después de una penosa trasnochada, llegué al campo de honor y a pesar de la tenaz resistencia del enemigo en sus fortificaciones, lo rechacé con la caballería y lo flanqueé con la infantería, siendo el resultado dejar en nuestro poder 600 prisioneros y están llegando más; muchos muertos, la artillería. Un sin número de carros, pertrechos de guerra y todas sus caballadas, armamentos, etc.  Es tan completo el triunfo que nada nos deja que desear.  Mañana tendré el gusto de pasarle el parte circunstanciado.  Felicito a Ud. y a los amigos de la causa y ordene a su compadre y amigo”.

La división de Viñas irrumpe al galope en la ciudad de San Juan al grito de “¡Viva la Federación!  ¡Mueran los salvajes unitarios!.

El mando militar de la revolución quedó en manos del coronel Felipe Saá, que recuperó la provincia de San Luis. En muy poco tiempo habían tomado el poder en todo Cuyo. Y contaban con el apoyo del gobernador cordobés Mateo Luque.
Convocando a las montoneras residuales de otros caudillos muertos en todo el país más combatientes chilenos, Varela marchó sobre territorio argentino portando la bandera con la consigna de "¡Federación o Muerte!"

En el norte, Rufino Castro Boedo, hermano del revolucionario Emilio, que residía en Chile, se ha trasladado desde Copiapó hasta Salta, en diciembre de 1866.  Lo acompaña el caudillo Isauro Argüello, quien se queda en el cantón de Antofagasta (Bolivia), infundiendo disciplina a algunas fuerzas y proveyendo armas y dinero.  Rufino llegará a ser teniente coronel del ejército de Varela, y como tal peleará en Pozo de Vargas, será capturado el 11 de abril de 1867 en el Rodeo, y condenado por los tribunales de la oligarquía, a cuatro años de destierro y mil pesos fuertes de multa.  Los “jueces” no ignoraban la importancia que había tenido su participación en el levantamiento.}

Batalla de Pozo de Vargas

La actividad de Rufino Castro Boedo, surtía efecto.  En febrero de 1867 se subleva una compañía de milicias de Copacabana, que depone al comandante Remigio Contreras, y se pasa a las órdenes de Severo Chumbita, quien reúne todas las fuerzas en Los Sauces (La Rioja).  Se van preparando para la gran batalla de Tinogasta (Catamarca).

La tierra parece conmoverse.  América en armas y de a caballo, se ha puesto en pie de guerra para rechazar al extranjero y sus servidores.

Felipe Varela está en Jáchal, organizando el despliegue táctico de las fuerzas.  Se suceden las visitas y consultas de todos los jefes en su cuartel general. 

Unos días antes, el 6 de noviembre, Varela había lanzado su famosa proclama contra la Guerra en el Paraguay:

"¡Argentinos! El pabellón de mayo que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyuty, Curuzú y Curupayty. Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño, que después de la derrota de Cepeda lagrimeando juró respetarla".
"Tal es el odio que aquellos fratricidas porteños tienen a los provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y asesinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio: Sarmiento, Sandes, Paunero, Campos, Irrazával y otros varios dignos de Mitre."
"¡Basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin conciencia! ¡Cincuenta mil víctimas inmoladas sin causa justificable dan testimonio flagrante de la triste e insoportable situación que atravesamos y que es tiempo de contener!"
"¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores de la Patria! ¡Abajo los mercaderes de las cruces de Uruguayana, a precio de oro, de lágrimas y de sangre argentina y oriental! Nuestro programa es la práctica estricta de la constitución jurada, del orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás repúblicas americanas."
"¡Compatriotas nacionalistas! El campo de la lid nos mostrará el enemigo. Allí los invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte, vuestro jefe y amigo." FELIPE VARELA.

La Rioja cayó en manos federales tras una rebelión militar contra el comandante Irrazábal, autor de la muerte de Chacho Peñaloza. Al poco tiempo se unieron a Varela otros caudillos menores, como Santos Guayama, Sebastián Elizondo y Aurelio Zalazar, con los cuales llegó a formar un ejército de más de 4.000 hombres.

Varela ocupó el oeste de las provincias de La Rioja, luego ocupó la ciudad de La Rioja, y volviendo hacia el oeste tras la victoria del montonero chileno Estanislao Medina sobre el ex-gobernador catamarqueño Melitón Córdoba, que murió en el combate, el 4 de marzo cerca de Tinogasta, ocupó también los departamentos occidentales de Catamarca con una fuerza de 2.000 hombres. En toda esa zona, y en la mayor parte del interior del país predominaba un claro sentimiento federal. Los dos batallones con los que había partido de Chile, en los que figuraban algunos soldados y oficiales chilenos se habían transformado en varios miles de hombres, llegando a reunir casi 5.000 montoneros, la fuerza más importante que había puesto en armas el partido federal desde la batalla de Pavón.

Ante la tibia acogida que les dispensa Urquiza, con quien contaban inicialmente para encabezar el alzamiento, planificaron las acciones desde su cuartel de Jáchal. Varela estaría encargado de alzar las provincias occidentales, mientras los Sáa y Videla avanzarían hacia el litoral, donde esperaban sumar algún dirigente federal. En la hipótesis más audaz, podían llegar a contar con Timoteo Aparicio en Uruguay, junto con el partido blanco.

La situación era realmente peligrosa para el gobierno de Mitre, que estaba personalmente al mando de los ejércitos aliados en el Paraguay. Debió regresar a Rosario para organizar los ejércitos con que hacerles frente, al frente de los cuales colocó a José Miguel Arredondo, Wenceslao Paunero, vueltos del Paraguay y Antonino Taboada, hermano del gobernador de Santiago del Estero.

Antonino Taboada


En Buenos Aires cunde el pánico.  Se habla del inminente arribo de los montoneros a la ciudad.  El agente de S.M.B., Mr. G. B. Mathew, escribe a Lord Stanley preocupado, el 27 de enero de 1867: “…En la frontera de la Provincia de La Rioja, un refugiado político del partido federal, el coronel Felipe Varela, ha cruzado la montaña desde Chile con 200 ó 300 hombres y se dice que ha recibido armas allí; y aunque ha sido momentáneamente rechazado, amenaza con dominar todo el país”.

El mismo día en que escribía esta carta al Foreign Office, Mr. Mathew entrevistaba al Ministro de Relaciones Exteriores, Rufino de Elizalde, y le ofrecía el apoyo total de Inglaterra contra la revolución de Felipe Varela.  Elizalde le notificará a su vez de inmediato la gravísima situación a Mitre, quien se encontraba en campaña: “El Ministro Inglés me ha hecho los mayores ofrecimientos en una carta diciéndome que lo avise a V.”.  Bartolomé Mitre le contestaría desde el Cuartel General de Tuyutí: “En una de sus últimas recibidas por el anterior vapor me instruía V. de los obligantes ofrecimientos que había hecho al Gobierno S.E. el Ministro Británico Caballero Mathew, con motivo de la rebelión ocurrida en la Provincia de Cuyo.  Me ha impresionado agradablemente tan noble proceder que a la vez que testifica la cordialidad de nuestras relaciones con la Gran Bretaña revela elocuentemente la amistad y simpatía que profesa a la administración argentina el ilustrado caballero Mathew”.

Rufino de Elizalde


Una inquietud generalizada, rayana en el terror, había invadido a la oligarquía porteña, cada vez más ligada a los intereses británicos.  Un autor inglés afirmaba satisfecho en esa época: “La colonización inglesa de los países del Plata se está extendiendo rápidamente, al igual que el capital inglés, que es invertido allí en grandes cantidades”.  Pero el sobresalto porteñista ante la montonera también se extendía vertiginosamente.  Como signo inequívoco de la acuciante situación estaban allí esos jóvenes “nacionalistas” de la aristocracia, cavando trincheras y fosos en las calles de la ciudad, que debían “resguardarlos” de las huestes revolucionarias.

La relación con Inglaterra no era precisamente precaria.  De allí el interés auténtico de Mr. Mathew de ofrecer “protección total”.  La expansión de la “industria” de la carne, hacía depender a la clase ganadera cada vez en mayor grado del mercado británico y esta sumisión económica, a su vez, la llevaba a entregar todos los resortes de la economía nacional al capital financiero de aquella “nacionalidad”.

El 1º de octubre de 1866, dos meses antes del pronunciamiento del coronel criollo, se había sancionado la ley 206, promulgada el 4 del mismo mes.  Por medio de esa ley, se establecía que a partir del 25 de mayo de 1867 (hasta se recurría en forma desvergonzada a una fecha patriótica) “quedaban a cargo de la Nación, las siguientes deudas, comprendidas en la garantía acordada a la provincia de Buenos Aires; 1ª) El empréstito inglés (es decir la deuda con Baring Brothers), 2ª) Los veinte millones de fondos públicos creados por la ley del 5 de mayo de 1859 (en poder originariamente de Mauá y luego de Rothschild en Londres), 3ª Los veinticuatro millones de fondos públicos creados por la ley del 8 de junio de 1861” (en las mismas garras financieras que los anteriores).  En los artículos siguientes se advertía, que para poder pagar la deuda, se irían incluyendo en el presupuesto las sumas necesarias a tal efecto.  Lo cual, por supuesto no se cumplió jamás y cayó sobre las provincias la obligación de condonar la deuda contraída por Buenos Aires para desmantelar la economía de los estados interiores.

El Imperio Británico, como siempre, sabía lo que hacía.  “Nacionalizando” una deuda de origen “rivadaviano-urquicista”, gracias el “esfuerzo” de Mitre, Su Majestad Británica pasaba a controlar totalmente las finanzas públicas de las provincias argentinas.  Al igual que cuando Rivadavia intentó nacionalizar la deuda inglesa, al crear Bartolomé Mitre el Crédito Público Nacional, las provincias se levantaron en montonera.  Pero afortunadamente para la patria, no todo en Buenos Aires era entreguismo y saqueo de la nacionalidad.

En marzo, el ejército al mando de Paunero recibió en Rosario el moderno equipo retirado del frente paraguayo, y comenzó el avance hacia Córdoba, donde el ministro de guerra, Julián Martínez, se había trasladado para imponer la autoridad civil del gobierno central. Alertado de la marcha del ejército federal, al mando del general Juan Saá, recién llegado desde Chile, Paunero destacó a Arredondo a interceptarlos. En la madrugada del 1 de abril, las fuerzas de los montoneros y sus aliados ranqueles, que habían aportado 500 lanzas a los insurrectos, fueron derrotadas en la batalla de "San Ignacio", a orillas del del río Quinto. Los federales estuvieron a punto de vencer, pero la decisiva acción de la infantería de Luis María Campos dio vuelta la batalla y los federales fueron destrozados.

Todos sus dirigentes huyeron a Chile. Pero Varela estaba aún muy lejos como para enterarse de lo que ocurría. Avanzó hacia la ciudad de Catamarca, pero estaba ya por llegar cuando se enteró de que Taboada había ocupado La Rioja. Cometió entonces un error muy grave, contramarchando hacia La Rioja para hacerle frente.

Enviando recado a Taboada para sugerirle combatir fuera de la ciudad, con la intención de reducir los daños civiles, Varela avanzó hacia La Rioja. Pero no tuvo en cuenta el aprovisionamiento de agua en ese desierto, y Taboada aprovechó cabalmente ese error: se ubicó en el llamado "Pozo de Vargas", la única fuente de agua entre Catamarca y La Rioja, y allí esperó a Varela. Al llegar, éste decidió que no podía seguir sin dar agua a sus hombres, y decidió atacar. Ésta fue la "batalla de Pozo de Vargas".

La carga inicial de los federales - encabezada por el chileno Estanislao Medina - fue exitosa, y los combates se prolongaron durante casi ocho horas. Pero la ubicación estratégica de los hombres de Taboada y la superioridad de su artillería impidieron a los federales llegar a su objetivo. Sin embargo, una astuta maniobra del capitán montonero Sebastián Elizondo se hizo con los animales y el parque de armas de los de Taboada, pero el rédito de la misma se vio desbaratado cuando se dio a la fuga con ellos en lugar de volver a formar filas y entrar al combate. Con menos de 180 hombres, Varela debió retirarse, dejando el campo al muy maltrecho ejército nacional. 

Inglaterra lo comprendía perfectamente.  Tampoco ignoraba que la revolución varelista amenazaba no sólo la estabilidad del gobierno de Mitre, sino también el proyecto preparado en la City, en relación al Paraguay.  La “Triple Alianza”, creada sobre la base de la experiencia de su homónima contra México, preparada tan cuidadosamente por el Foreign Office, corría el peligro de malograrse.  Guillermo Rawson, ministro de Mitre, lo ratificaba en carta del 19 de enero de 1867, dirigida al gobernador de Santiago: “La rebelión que ahora se levanta, tiene por primer resultado distraer una parte de los sacrificios populares del único objeto al que todos ellos deben consagrarse; la rebelión, pues, presta el mayor auxilio que puede prestarse al enemigo, y lo hace a sabiendas y con ese declarado objeto.  Combatir la rebelión es combatir al Paraguay en nuestro propio suelo, puesto que así, desarmando y castigando a los rebeldes, destruimos uno de los más eficaces apoyos del enemigo común”.

Guillermo Rawson


Su dependencia económica como clase social, hizo de la oligarquía portuaria una servil realizadora de los planes de expansión británicos.  Un hombre complicado muy de cerca con esa estructura de clase, Héctor Varela, lo expresaría claramente, en carta a Rufino de Elizalde, escrita desde Buenos Aires el 15 de junio de 1865: “En esta alianza, anticipada tiempo ha por la lógica inflexible de los pueblos (…)”.  Si bien era absolutamente falso, que “voluntad” popular alguna hubiese consagrado la Alianza, era exacto, en cambio, que una “lógica inflexible” había llevado a Mitre a suscribirla.

Esa “lógica” era la del ciclo cumplido por la clase ganadera, con respecto al mercado mundial.  “Inflexible” era el destino político que el F. O. imponía a la clase terrateniente productora de vacas.

El Coronel del Pueblo lo sabía.  También la historiografía supo del origen siniestro de la Alianza imperialista.  Por eso trataría vanamente de silenciar su verdadera causa, su génesis, su fecha, y su significado.

Para llevar a cabo los propósitos buscados por la diplomacia británica, relativos a la destrucción del Paraguay, Mitre buscaría apoyarse en “tierra firme”.

Una tierra firme custodiada por la británica y simbólica figura del “caballero” Geoffrey Buckley Mathew




Fuente:
O. Peña y E. Duhalde, Felipe Varela
José María Rosa, La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas

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