sábado, 9 de febrero de 2013

10 de febrero de 1952, Macedonio....


“El ojo lo ve todo, pero no puede verse”

 

El principio del discurso es su parte más difícil –escribe Macedonio Fernández– y desconfío de aquellos que comienzan por él.” Macedonio dice haber vivido mal desde sus veinte años: abogado a la edad de 21, su futuro podría haber sido el de un argentino próspero en una Argentina, por aquella época, también próspera. Sin embargo, no fue así: ejercer como abogado le hubiera exigido un pacto. El accidente de haber sido nombrado juez lo llevó a concebir la justicia irónicamente: se sabe que Macedonio prefería absolver los crímenes pasionales; sus argumentos hacían reír. Ejercer la abogacía hubiera sido una manera de ganarse la vida y, quizá, de perder la eternidad.

Escribe Macedonio: “Al principio hubo el deseo de expresarme, también de estudiar la vida psicológica, también de comprometerme en un estudio general de estética, también de mejorar económicamente. Todo eso se borró con el conocimiento inesperado de cierta persona de tan altas influencias de espíritu (...) que a veces no sé si sólo la he soñado. Para serle grato o seguir soñándola inicié el manuscrito”.

El conocimiento inesperado de esta persona de “influencias de espíritu” rompe con todo pacto, con la realidad, la cual se transforma en “sueño”.

Luego de la muerte de su mujer, en 1920, Macedonio se aparta de su círculo de amigos, abandona definitivamente su profesión, vive en distintas pensiones o casas de amigos; sufre distintos tipos de “patologías”, que trata de curar él mismo. Terriblemente friolento, duerme vestido: “Morir es sacarse el sobretodo”, escribirá Macedonio.

En 1908, postula la existencia de una comunicación entre conciencias a través de la telepatía. En un pequeño escrito de 1907 cuenta que una tarde, mientras paseaba, se le apareció la figura de su padre: “Era el dios humano de mi infancia, mi padre, tal como mi infancia lo vio, pues veinte años hacía que nuestra familia había asistido a su muerte; nada más cierto para mí que su muerte, nada más cierto que estaba frente a mí”.

 

Macedonio, el chiste

 

Si construyéramos una lista de “ilisibles”, comenzando por “Joyce, el síntoma” y “Sade, el fantasma”, estaríamos tentados de agregar “Macedonio, el chiste”. El chiste, para Macedonio, es otra manera de producir su famoso “efecto de desidentificación”.

¿Su candidatura a presidente de la república fue un chiste? Probablemente, ya que estuvo concebida como tal: Macedonio decía que muchas personas estaban decididas a abrir un kiosco, pero muy pocas lo estaban a ser presidente de la república, entonces era más fácil ser presidente que abrir un kiosco.

El chiste adopta en Macedonio la forma de la paradoja, o bien “conceptual”, por ejemplo: “Estaba preparado como nunca para una improvisación”: o bien “referencial”, es decir, ligada al contexto: “Pero aparte de que mi voz siempre habló mal de ella misma, sus encantos han empeorado. Me tenía molesto una ronquera que no sé dónde me empezó y justamente hoy se me ha corrido a la garganta”.

El chiste en Macedonio es irónico ya que trata de romper con el contexto, con toda continuidad que mantenga la “identificación significante”. Vuelve ilusoria la realidad a través de la realidad; su personaje “El Idiota de Buenos Aires” advierte al mundo sobre los hechos “reales”: un día de lluvia, corre detrás de las personas para avisarles que sus paraguas se están mojando.

Destaquemos también aquí lo que Macedonio llama “chistes dudosos”, donde el chiste no sólo no se limitaría al humor sino que lo pone en duda, “la risa en duda”: “Considerando los chistes dudosos (¿es chiste o no es chiste?) como un género superior, de más calidad que el chiste cierto, propongo crear la Sección de esta especie”, un ejemplo: “Fueron tantos los que faltaron que si falta uno más no cabe”. Género de chiste “sublime” en el sentido kantiano, entre el horror (cuando la falta casi falta) y la risa (cuando no deja de faltar).

La campaña presidencial pretendía modificar ciertos “puntos sensibles” de la realidad a través de la fabricación de objetos extraños: cucharas de papel, las cuales se fundían al utilizarlas; escaleras con escalones de diferentes alturas; objetos de pesos anormales (lapiceras muy pesadas, armarios muy livianos), etcétera. La población, presa del pánico, encontraría como única solución: Macedonio presidente.

El chiste será el quiasma entre la lectura loca (puesta entre paréntesis de todo referente) y la locura (donde el lenguaje es el único referente).


El vacío

 

Escribe Macedonio: “Viniendo a mi libro, querido lector, espero que reconoceréis que también es de los que tienen el mérito de llenar un vacío con otro, como todos los libros. Viene a colmar ese gran vacío que han cubierto todas las solemnidades escritas, habladas, versificadas, desde miles de años, tanto vacío que no se entiende cómo ha podido caber en el mundo. Con la diferencia de que el vacío que llena con otro mi libro es su verdadero asunto”. A partir de los 20 años, la vida deja de ser “buena”, el chiste “realista” se vuelve “conceptual”, la literatura “mala” (realista) comienza a ser reemplazada por la “buena” escritura.

J. C. Masson comparó a Macedonio con Joyce: el primero habría hecho con el español lo mismo que el segundo con el inglés. La obra de Macedonio oscila entre una escritura “coherente” –como él la llama– y el agramatismo, según él, la buena literatura. Podríamos de esta manera continuar el paralelo con Joyce: Macedonio abandona el texto concebido como “medio de trasmisión” (basta recordar su desprecio por el periodismo) para transformarlo en las ruinas de esa transmisión. Como sostiene Lacan al tratar la escritura de Joyce: “En el progreso continuo de su arte, en efecto, a saber esta palabra, palabra que llega a ser escrita, al quebrarla, al dislocarla, al hacer que al final lo que al leer parece un progreso continuo, desde el esfuerzo que hacía en sus primeros Ensayos críticos, a continuación en el Retrato del artista... y, finalmente en el Ulysses, para terminar en Finnegan’s Wake, es difícil no ver que una cierta relación a la palabra le es impuesta, hasta el punto en que termina por quebrar, disolver el lenguaje mismo (...)”.

En la obra de Macedonio, la escritura tiene un destino similar, y es Macedonio mismo quien lo describe: al principio hubo “el deseo de expresarme”, hasta el conocimiento inesperado de cierta persona que se confunde con un sueño (“cierta persona” evocada en otros pasajes de su obra). Efectivamente, Macedonio comienza por sus escritos “metafísicos” y “filosóficos” (es la época de la supuesta correspondencia con William James) publicados bajo el título No todo es vigilia la de los ojos abiertos; luego continúa con algunas páginas aún “malas”: Papeles de Recienvenido y Adriana Buenos Aires, última novela mala; y finalmente el Museo de la Novela de la Eterna donde encontramos la “buena literatura”. En sus primeros escritos Macedonio hace un esfuerzo por cernir “La Cosa”, si puedo decirlo así, por articular un pensamiento e incluso querer construir una Teoría; para terminar haciendo con su lengua materna lo que nos evocaría a un Joyce.

 

El Belarte


Escribe Macedonio: “Hasta la edad de seis años, yo entraba y salía de la salita de pruebas y ninguna de las clientas me veía, veía que yo andaba viendo. Todo fue descubrirse en casa que yo había cumplido los seis años para prohibirme la entrada bajo el pretexto de que yo antes veía y ahora miraba” (...) “Alguna vez estudiaré cómo el desnudo se reduce a ser modestamente un escote totalitario simultáneo o la suma de todos los escotes sucesivos inocentes posibles a una sola persona”.

 
 
Esta multiplicación de escotes en una misma persona, como equivalente de la desnudez, tendrá a la escritura como medio de restablecer una continuidad perdida: “¿Quién me mostrará que él nunca existió, que yo misma no soy sino una sombra, una silueta entre páginas?”. Al mismo tiempo la mirada permitirá evitar el corte que el significante introduce en el cuerpo; es la vestimenta quien desnuda a la persona y no a la inversa, a la Alfonso Allais. Mirada que permitirá también restablecer (quizá como la alucinación) la continuidad perdida por el “lenguaje” (por definición “incoherente”).

Escribe Macedonio: “¿Cómo la corteza gris, donde se dice reside el pensamiento, pensaría en ella misma, mientras el ojo no puede verse directamente; vemos todo a través de él y al él mismo no lo vemos?”. Macedonio, para quien la única “Crítica del Ser” es la mística, partidario de la generación espontánea (la cual permitiría evitar las calamidades y la infelicidad que el sexo provoca), se pregunta de diferentes maneras cómo escapar a esta “muerte”, a esta mortificación significante que interrumpe la tautología de una especie de “auto-erotismo”.

Estaríamos tentados, siguiendo quizá a Lacan, de inscribir estas preguntas como reemplazando la pregunta radical del ser sexuado, al cual “ningún predicado le es suficiente”. Encontraríamos esta pregunta radical en Macedonio: “Estudio mucho a la mujer desde años atrás y cada día desespero más de sentir alguna vez como ella siente, de sentir siquiera por un instante una de esas emociones de gracia con respecto a sí mismas o al vivir de otros o de desesperación absoluta, que el hombre no conoce. ¿Cómo será ser mujer?”. Se trata de una pregunta que tendrá como única respuesta su propia escritura.

 Macedonio murió en Buenos Aires, el 10 de febrero de 1952...

Fuente:

“Macedonio Fernández: la ironía como solución” publicado en la revista Anamorfosis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario